El lobo gris da cuenta, fácilmente, de tres enemigos


Poco tiempo después, habiendo finalizado su misión en aquellas apartadas regiones, partió Weedon Scott de regreso a su hogar y, por más que hizo no pudo conseguir que el lobo gris se apartara de él, por lo que debió llevarlo consigo, a pesar de los inconvenientes que tal decisión pudiera acarrearle en un mundo civilizado como aquel al que se dirigía.

Así conoció Colmillo Blanco las grandes ciudades de los hombres blancos y llegó a Sierra Vista, propiedad del juez Scott, y casa paterna de su amo, para comenzar una nueva etapa de su vida. Allí hubo de aprender a tolerar a los familiares de su patrón y, sobre todo, a convivir con los perros de la casa, que lo recibieron fieramente. Pero el amor hacia su amo pudo más; logró vencer el instinto y dominar sus impulsos destructores, hasta llegar a vivir en paz con todos los animales domésticos.

En el camino de Sierra Vista a la ciudad de San Francisco, rondando la hostería que se hallaba en una encrucijada, había tres perros que solían precipitarse furiosos sobre él cuando pasaba acompañando al coche en que su amo hacía periódicamente sus viajes. Conociendo sus métodos de riña mortal, Scott no había dejado de insistir nunca sobre Colmillo Blanco para que aprendiera bien la ley de no reñir con otros perros. Como consecuencia, habiendo asimilado perfectamente la lección, sufría duro trance cuando trotaba frente a la hostería de la encrucijada. Cada vez, después de la primera arremetida, con un gruñido mantenía a distancia a sus tres enemigos, pero luego lo perseguían ladrando, tirándole mordiscos y provocándolo en toda forma. Esto lo soportó por algún tiempo, y aun los hombres de la hostería alentaban a los perros para que atacaran a Colmillo Blanco. Un día los azuzaron abiertamente contra él. El amo detuvo entonces el carruaje.

-¡A ellos! -gritó a Colmillo Blanco.

El animal no podía creerlo. Miró a su amo y luego a los perros, y enseguida, ansiosa e interrogativamente, clavó los ojos en aquél.

El amo asintió con la cabeza.

-A ellos, viejo. ¡Cómetelos!

Entonces ya no titubeó. Volvióse y saltó rápida y silenciosamente entre sus enemigos. Los tres lo enfrentaron y se armó una tremenda batahola de gruñidos, gritos, entrechocar de dientes y confusión de cuerpos. El polvo del camino se levantaba formando verdaderas nubes que ocultaban los detalles de la pelea. Pero al cabo de varios minutos, dos de los perros mordían el polvo y el tercero se declaraba en franca huida. Saltó una zanja, atravesó una cerca y lanzóse a todo correr por el campo. Colmillo Blanco lo siguió deslizándose con el aspecto característico y la velocidad de un lobo, sin hacer ruido, y en medio del campo derribó al perro y lo mató.