ASTUCIA FEMENINA


Cuenta la historia que una de las invasiones de los aztecas fue célebre por la resistencia que Cocijocsa, rey de los zapotecas, hizo en una fortaleza donde se había encastillado para desafiar a los enemigos. Fue inútil el asedio pertinaz. Sobraban vive-res para largo tiempo, tenían aljibes repletos de agua y las salidas que efectuaban aprovechando la oscuridad de la noche, eran siempre funestas para los sitiadores.

La perseverante fuerza de voluntad de los zapotecas no se desmintió durante siete meses, y afírmase que con los huesos de los cadáveres mexicanos construyeron colosal baluarte en la montaña. Cocijocsa triunfó y sus contrarios tornaron a México avergonzados y vencidos, no sin intentar la paz y la alianza con el temible soberano. Una hermosísima hija de Moctezuma, su predilecta, fue ofrecida en matrimonio al gran rey zapotees vencedor.

«Copo de Algodón», que así se llamaba la princesa, era tan gentil como discreta, y por extraño capricho del corazón habíase enamorado del tenaz vencedor. No lo conocía, pero sus hazañas prestábanle a sus ojos una aureola de grandeza, de valor indomable, y su imaginación juvenil hizo de aquel hombre un héroe.

Un día enteróse la gallarda india que, sí bien era la prometida como lazo de paz entre ambos pueblos, su padre, astuto y vengativo, intentaba engañar al caudillo que tan caro le había hecho pagar la invasión.

No, no le daría por esposa aquella hija adorada; tenía otras menos bellas, menos preferidas, y una de éstas sería entregada al bárbaro en lugar de Copo de Algodón.

Pero tal resolución pareció aumentar el fuego que ardía vivísimo. El amor de la joven por el guerrero victorioso tomó altísimo vuelo, y cuando el ejército se disponía a emprender la retirada, hizo el propósito de burlar a su padre, poniéndose de acuerdo con el cacique zapoteca.

Cierto día, Cocijoesa se bañaba en un lugar apartado y solitario, cuando vio aparecer ante sí a una mujer que, por su donaire y hermosura, hubo de parecerle una diosa.

-¿Quién eres? -le preguntó- ¿Qué deseas de mí, flor de las flores?

-Soy la hija del emperador mexicano; soy la que te han prometido por esposa.

-¿Tú? -exclamó sorprendido Cocijoesa, pareciéndole entonces que era doblemente vencedor, puesto que la paz le otorgaba aquel premio.

-Sí, soy yo; tu fama y tu valor te dieron mi corazón y pedí a los dioses me condujeran a tu presencia.

Concertaron el casamiento, y más enamorada que antes, Copo de Algodón mostró al rey un lunar que tenía en la mano izquierda, diciéndole que por él habrían de reconocerla los embajadores que a la corte de su padre fueran a reclamarla.

Apresuróse Cocijoesa a enviar hermosos presentes, ricas galas, joyas trabajadas con exquisito primor y numeroso y lucido acompañamiento de nobles y embajadores, encargados de pedir al rey de México el cumplimiento de su promesa como ratificación de la paz final.

Moctezuma aparentó el mayor regocijo; dispuso festejos suntuosos en honor de los emisarios y de la alianza con el que había sido su enemigo, dispensándoles de seguir la etiqueta de la corte en todos sus detalles y tratándolos con familiaridad, ajena a la tirantez y humildad que los nobles demostraban para con el soberano, puesto que excepto los parientes más cercanos del monarca, todos, hasta los magnates de la más alta clase, se despojaban de sus ricos atavíos o se cubrían con otros menos vistosos al presentarse delante del rey zapoteca.

Moctezuma no puso objeción alguna para el enlace proyectado, pero astuto y desleal, quiso eludir que su hija predilecta fuese la escogida. Varias de las princesas fueron presentadas a los embajadores para que entre ellas escogieran a su futura soberana.

Pero Cocijoesa había transmitido a sus enviados el noble entusiasmo que lo animaba, haciéndoles saber también la señal por la cual podrían reconocer a su amada.

-Gran señor -dijo el principal noble zapoteca, haciendo tres profundas reverencias-, yo creo que la elegida por nuestro señor y rey no se encuentra entre todas estas hermosas criaturas; tal vez falte aquí alguna de las princesas.

En ese momento se presentó Copo de Algodón en la gran sala de audiencias, y, como el amor es ingenioso, levantó su mano izquierda y al tocar con ella su cabello, mostró el lunar que era su característica.

-¡Ah, señor! -exclamó el embajador-. Ésta es la más hermosa de tus hijas y ella, con tu beneplácito, será la esposa de Cocijoesa.

Aunque enojado, el rey clavó la vista en Copo de Algodón, encontrándose con la mirada radiante de sus rasgados ojos negros, y leyendo en ellos la pasión que desbordaba, accedió muy a pesar suyo.


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