¿Es peligrosa para la vida la cola de un cometa?


El más célebre de los cometas es el conocido con el nombre del gran astrónomo Halley. Kepler lo había visto ya en 1607. En 1682, Halley observó el cuerpo celeste errante, que identificó como el mismo que en 1607 había observado Kepler. Halley supuso que se trataba de un astro que recorría su órbita en torno del Sol, y así pudo demostrarlo por medio de cálculos y observaciones. De esta manera quedó probada la existencia de cometas que recorrían alargadas órbitas en torno del Sol, y que, por lo tanto, pertenecían al sistema planetario. Halley averiguó que unos setenta y cinco años antes de la observación de Kepler del año 1607, se había visto un cometa; y que setenta y cinco años antes, en 1456, la aparición de otro de esos astros había aterrado a toda la humanidad. Evidentemente, se trataba de un mismo cometa que empleaba setenta y cinco años en recorrer su órbita en torno del Sol.

Halley predijo que el cometa volvería a aparecer por el año 1758. Pero se calculó más adelante que, por virtud de su fuerza de atracción, Júpiter y Saturno perturbarían la marcha del cometa causándole cierto atraso, de manera que ya no se lo esperaba hasta 1759, año en que, efectivamente, apareció. Volvió a ser visto en 1835 y setenta y cinco años más tarde, en 1910. Los astrónomos habían calculado que la Tierra se encontraría con la cola del cometa, y anunciaron que tal hecho no debía provocar ninguna inquietud, por lo enrarecido de la materia que contiene. En efecto, nuestro planeta atravesó la cola del Halley en el mes de mayo de 1910, sin que se notara ninguna consecuencia. Este cometa volverá a hacerse presente en el año 1986. Quizá no sea entonces tan notable como en sus anteriores apariciones; el Halley, como los demás cometas, presenta una cierta tendencia a disgregarse. La penúltima vez que fue observado era bastante más pequeño que antes, y en 1910 se presentó más reducido todavía. Existe un tapiz notable, llamado tapiz de Bayeux, que representa el cometa tal como apareció en el año 1066, según el cual el cometa habría sido mucho mayor que cuando apareció por última vez, lo que demostraría, en suma, su decrecimiento.

Hemos dicho que la Tierra puede atravesar sin ningún peligro la cola de un cometa, pues se trata de una formación gaseosa sumamente enrarecida. Se ha llegado a decir que es “una nada luminosa”, y la prueba la tenemos en el hecho de que a través de la cola de un cometa pueden observarse las estrellas sin la menor disminución de su brillo. Cuando se dijo que la cola de Halley, que iba a ser cruzada por la Tierra, contenía gases tan venenosos como el cianógeno, hubo gente que creyó que la humanidad moriría asfixiada. Sin embargo, debido a lo tenue que es la cola de un cometa, la materia de la misma que pueda ser atraída por la Tierra es tan pequeña, que comparada con toda la atmósfera terrestre vendría a resultar en verdad inapreciable.

Aunque las colas de los cometas no ofrecen ningún peligro, no puede decirse lo mismo del núcleo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los espacios interplanetarios son tan enormes con respecto a los astros que lo pueblan, que un choque entre dos de ellos es sumamente improbable. También cabe pensar que el núcleo de un cometa no es un cuerpo sólido, sino que está formado por una masa compuesta de fragmentos menores. En el supuesto de un encuentro de la Tierra con tal masa, los efectos serían diferentes según el tamaño de los fragmentos. Lo más probable es que se registrara una lluvia de estrellas fugaces, que no son más que pequeñísimas partículas que atraviesan la atmósfera a muy altas velocidades, y que se ven brillar al volverse incandescentes. Claro está que si los fragmentos que se encontrasen con la Tierra fuesen de grandes dimensiones, las consecuencias podrían resultar desastrosas para la integridad de la corteza sólida de nuestro planeta.

Pero esto último es puramente conjetural, puesto que un choque semejante es mucho más que improbable.