La marcha sin pausa de los planetas en el espacio celeste


¿Quién no ha visto el brillante lucero del alba o estrella de la mañana, que también se observa, a veces, poco después de la puesta del Sol como estrella vespertina? Es el planeta Venus, que supera en brillo a cualquier estrella fija. Otro conocido planeta es Marte, que lleva el nombre del antiguo dios de la guerra, en mérito a su color rojizo que recuerda el de la sangre.

Si observáramos tales astros durante varias noches seguidas, veríamos que se mueven en tanto que las constelaciones de estrellas que les sirven de fondo permanecen fijas e invariables. Muy difícil fue para los antiguos observadores del firmamento explicar el movimiento de estos planetas, y por ello imaginaron toda clase de teorías para intentarlo, pero sin resultados satisfactorios. Fue el sabio Nicolás Copérnico, que vivió en el siglo xvi, quien dio la interpretación correcta de los desplazamientos planetarios al formular la concepción heliocéntrica del Universo. La mayoría de los sabios antiguos afirmaban que la Tierra permanecía inmóvil en el espacio, y que toda la esfera celeste, con Sol, Luna, estrellas y planetas, giraban en torno de nuestro verde mundo.

La observación directa nos dice que los planetas no se mueven en forma desordenada, sino que avanzan y retroceden con cierta regularidad. Es evidente que esos movimientos de avance y retroceso son aparentes, y resultan del hecho de que, al mismo tiempo que ellos, se mueve la Tierra desde la cual los observamos. En el término de seis meses, la Tierra pasa de una posición de su órbita a la posición opuesta, y es lógico que entonces los astros se vean proyectados contra una diferente región del cielo.

Sabemos que en el caso de la Tierra, el movimiento en torno del Sol motiva las cuatro estaciones, que se suceden en un año. Si el planeta Plutón tuviera estaciones análogas a las de la Tierra, toda la vida de un hombre apenas cubriría una sola estación, por la duración de su año.