JORGE ISAACS


Existía allá por el 1864, en Bogotá, una especie de sociedad literaria denominada El Mosaico, integrada por escritores colombianos entre los cuales figuraba don José María Vergara y Vergara. Hubo éste de conocer, a propósito de ciertos negocios comerciales, a un joven recién llegado del valle del Cauca y, terminada la conferencia mercantil que con él celebró, rodó la conversación sobre temas menos prosaicos.

-¿Ha hecho usted versos? -preguntó Vergara al forastero. Contestó éste afirmativamente y quedaron ambos convenidos en que al día siguiente el caucano daría a conocer a su amable interlocutor algunas de sus composiciones.

Resultado de aquella primera lectura fue la solemne presentación del hasta entonces ignorado vate a la sociedad convocada en pleno. El triunfo fue completo: los de El Mosaico acordaron publicar inmediatamente, y a su costa, las poesías de Jorge Isaac.;. Cuatro años después el poeta caucano daba al público María, esa novela que, al abrirle a él de par en par las puertas de la gloria, conquistaba para su patria derechos innegables a un puesto de honor en la literatura americana. Mucho podríamos extendernos sobre esta bellísima historia de una pasión desgraciada, llena de sentimiento, arrancada a la virgen naturaleza del hermoso valle del Cauca, sobre cuyas páginas han llorado tres generaciones, pero con ello nos apartaríamos de nuestro objeto.

Isaacs merece también ser estudiado desde otros puntos de vista, puesto que tomó parte importantísima en los acontecimientos políticos de su país, luchando en distintas ocasiones en las sangrientas guerras civiles que en Colombia, como en toda iberoamérica, encendieron los partidos.

Pero el autor de María fue también un luchador enérgico en las fecundas lides del trabajo; exploró selvas y perforó rocas para sorprender los tesoros que en su suelo guarda la tierra. En 1881, al ser creada una comisión científica para que estudiara las riquezas naturales de Colombia, el gobierno nombró secretario de la misma a Isaacs, comprendiendo sin duda que en aquel hombre de espíritu inquieto alentaban un alma ávida de hechos meritorios y un carácter cuyo rasgo más saliente era la inquebrantable tenacidad, capaz de realizar las mayores y más atrevidas empresas en pro de su patria.

Encaminóse la comisión a los estados de Bolívar y Magdalena; pero Isaacs separóse de sus compañeros y continuó solo y bajo su exclusiva responsabilidad las investigaciones. Entonces comenzó aquella exploración memorable por comarcas antes no visitadas por hombre civilizada alguno; allí, en plena Naturaleza virgen hizo Isaacs marchas penosas a través del desierto litoral salvaje y por las agrestes faldas de las sierras nevadas de Santa Marta. Mas como en el hombre de ciencia seguía alentando el poeta, mientras por una parte analizaba la constitución geológica de los terrenos que recorría, por otra, estudiaba las costumbres, los dialectos y las tradiciones de las tribus indígenas que encontraba a su paso, tomaba curiosísimas notas sobre los vestigios de cultura que entre aquellos pueblos dejaron sus remotos antecesores, y atesoraba en su memoria las maravillas de la Naturaleza, a las que más tarde había de cantar.

El hallazgo de los vastos yacimientos de carbón fósil situados en la región occidental del estado de Magdalena puso término a su primer viaje, cuyos resultados ofreció Isaacs, desinteresadamente, al gobierno de su país, consignados en interesantes informes descriptivos acompañados de muestras de los diferentes minerales recogidos durante la expedición.

La gloria que estos trabajos y sus éxitos literarios le proporcionaron, no fue bastante a compensar el disgusto que en su corazón produjeron los desengaños políticos, a consecuencia de los cuales disponíase el poeta, a fines de 1884, a partir para Buenos Aires. El gobierno colombiano habíale prometido nombrarlo representante diplomático o consular en dicha ciudad, cuando una revolución que estalló ese año impidió su viaje. Retirado a una casa de campo, volvió a sus estudios favoritos de la Naturaleza y, en la soledad de las montañas que lo rodeaban, dedicóse a observar las huellas de las tribus indígenas que habitaron en aquella comarca al tiempo de la Conquista, y a recoger preciosos datos etnográficos que consignaba en interesantes apuntes. Allí dio forma definitiva a un sinnúmero de poemas y bosquejó los caracteres de algunos personajes para las novelas que pensaba escribir, cosa esta última que no pudo ver realizada debido a su prematura muerte.

Aquel fue uno de los períodos más tristes de su vida; basta leer, para convencerse de ello, su canto En las cumbres de Chisacá, donde aparecen gritos arrancados por la desesperación, como cuando exclama:

“Hoy la miseria ronda, de mis hijos, el pobre y triste hogar”.

Por fortuna para él cesó aquella situación en 1885, cuando el gobierno le reconoció sus derechos como descubridor de las minas hulleras de Aracataca y Fundación. Desde entonces le sonrió la fortuna; descubrió nuevos y ricos yacimientos de hulla y abundantes fuentes de petróleo en el golfo de Urabá, y pudo al fin disfrutar en su retiro de una existencia apacible y holgada.

Isaacs profesaba a su patria fervoroso culto, que no entibiaron las pasajeras ingratitudes con que sus paisanos pagaron los inmensos favores que sobre Colombia derramó pródigamente el poeta y explorador. Cierta vez, en Bogotá, poco antes de su muerte, pareciéndole presentir su fin cercano, decía a uno de sus amigos más allegados:

-Allá verá usted cómo no gozaré el fruto de mis fatigas en las montañas, ni terminaré mí novela de que le hablé antes.

-¿Por qué tiene usted semejante idea?

-Porque, amigo, esta especie de parálisis que siento en una pierna puede extenderse hasta el corazón, y entonces...

-Eso sucederá muy tarde, si Dios permite que suceda. La patria y la literatura necesitan de usted por muchos años para que termine Farda, ese carácter que, según usted dice, lo enamora aún más que el de María.

-¡La patria, la patria! ¿Sabe usted que todavía la amo mucho y que aún espero que ha de ser libre, feliz y grande? La generación actual -continuó después de una breve pausa- es demasiado pesimista y calculadora, pero despertará a una nueva vida, estoy seguro de ello. ¡Ah, si yo pudiera presenciar su renacimiento!

El inspirado cantor de la naturaleza colombiana, el poeta de las estrofas saturadas del más puro y ardiente americanismo, el autor de un libro que por sí solo bastó para hacer imperecedera la memoria de quien lo escribiera y llenar de gloria a la tierra en que tal joya vio la luz, creía que su obra literaria era incompleta, que había hecho muy poco para conquistar la estimación de sus compatriotas y para que su nombre le sobreviviese algunos años, “aspiración -decía- que ha sido mi mayor anhelo y el objeto de toda mi vida”.

Jorge Isaacs nació en Calí en 1837, y falleció en Ibaguó en 1895.