Todos hemos oído las canciones con que arrulló al hijo que nunca tuvo


Gabriela Mistral, a esta altura de su vida, es una mujer alta y corpulenta, bíblica. En sus ojos, "cuencos llenos del agua que la noche roba a las estrellas", se percibe la misma dulzura de amor para los niños. Se habla de su embrujo, de su señorío y don de simpatía tradicional. A donde ella llega, al rato se ha formado un corro de ronda, para escucharla. Ella es la gran poetisa, la gran corifea a cuyo alrededor vuelan en círculo sus versos, sus rondas, sus recados.

"Ultimo eco de María de Nazareth, eco nacido de la cordillera andina, a ella también le invade el divino estupor de saberse la elegida; y sin que mano de hombre jamás la mancillara, es virgen y madre; ojos mortales nunca vieron a su hijo, pero todos hemos oído las canciones con que le arrulló."

Decía: ¡un hijo! como el árbol conmovido de primavera alarga sus yemas hacia el cielo. ¡Un hijo con los ojos de Cristo, engrandecidos, la frente de estupor y los labios de anhelo! El sol no parecía, para bañarlo, intenso; mirándome, yo odié, por toscas, mis rodillas; mi corazón, confuso, temblaba al don inmenso; ¡Y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

La voz de Elqui, Nubes blancas, Vida de san Francisco de Asís y Tala son los otros libros que va dando a la estampa, como jalones de su inspiración, de su mensaje.

En sus composiciones vemos cómo le han dolido y obsesionado las meditaciones sobre el misterio de la muerte, tema tradicional en la poesía castellana desde Jorge Manrique a santa Teresa. El sentimiento cardinal es un frustrado anhelo de maternidad, y el instinto de inmortalidad femenina que va implícito en él. En su poesía, el vigor de la expresión, la combinación de la fuerza e intensidad con la ternura, son la característica sobresaliente y personal de su estilo inconfundible.

Aquella anónima maestra rural de Chile, Lucila Godoy Alcayaga, por el enorme valor de su obra espiritual, humanista y cristiana, mereció en el año 1945, a los cincuenta y seis años de su fecunda vida, la más alta distinción que un escritor puede ambicionar actualmente en el mundo: El premio Nobel de literatura.

Al morir el 10 de enero de 1957, a los 63 años, deja para publicar dos volúmenes: Recados de Chile, en los que canta a los paisajes y al pueblo de su patria, que ella conoció, parte por parte, cuando recorría el alto territorio enseñando a sus niños, como maestra de un apostolado rural.