Lucila Godoy Alcayaga se transforma en gabriela Mistral


En esa edad de adolescencia, de ensueño y de sortilegio, el golpe redoblado del océano sobre la costa del Pacífico -ritmo de la Naturaleza- comenzó a llenar su pecho de músicas peregrinas y latidos. Siguió labrando sus versos con esa emoción límpida de la piedra nativa y de su mar cercano. ¿Queréis saber qué dijo ella del nido?, escuchad:

¡Dulce Señor, por un hermano pido, indefenso y hermoso: por el nido!

Florece en su plumilla el trino; ensaya en su almohadita el vuelo ¡Y el canto dices que es divino y el ala cosa de los cielos! De su Conchita delicada tejida con hilacha rubia, desvía el vidrio de la helada y las guedejas de la lluvia; guarda su forma con cariño y pálpala con emoción. Tirita al viento como un niño; ¡Es parecido a un corazón!

Porque había escuchado la voz del ángel que le ordenara dar su mensaje. Y como para ello el nombre de Lucila Godoy era muy pequeño y humilde, pidió a la gloria que le prestara otros más sonoros y famosos, para engarzarse uno propio. Combinando los nombres de sus poetas preferidos, Gabriel D'Annunzio y Federico Mistral, formó así el suyo de combate: Gabriela Mistral. Echó a volar sus luminosos colores la gran mariposa de América, viajera sin cansancio, y quedó su antiguo capullo olvidado.

Y los años pasan. Un día llega a Chile Jorge Escobar Uribe, Claudio de Alas, con todo el prestigio de sus versos posrománticos. Amigos van hasta el escritor renombrado y le hablan de Gabriela. Él quiere conocerla y ella queda extasiada.

Se aman con un amor sobrenatural. Esa felicidad que les envuelve el alma en un torbellino de pasión y espiritualidad, tiene, desgraciadamente, muy corta duración. Él parte con la promesa de volver y, en Buenos Aires, lejos de ella, muere, y queda en el misterio la causa de su desaparición infausta.