UN GESTO HEROICO


En las primeras horas del 24 de diciembre de 1871, el vapor América navegaba majestuoso rumbo a Montevideo; había partido de Buenos Aires el día anterior y llevaba completo el pasaje.

El día había transcurrido tranquilo y nada hacía prever la catástrofe, cuando una fuerte sacudida despertó a los viajeros y, a poco, el olor a maderas quemadas, el humo y la voz pavorosa de: ¡Fuego!, ¡Fuego!, pusieron en el alma de todos la angustia y el terror...

La confusión y el pánico cundieron entre los pasajeros al notar que los elementos de salvamento eran reducidos. Todos y cada uno de ellos corrían ansiosamente en busca de salvavidas, tablas, cajones u otros elementos flotantes.

Allí fue dable contemplar cuadros de horror, egoísmo y cobardía inverosímiles. No faltaron quienes, amenazando con un revólver o un cuchillo a sus compañeros de infortunio, los despojaron de sus salvavidas. Pero en medio de tanta iniquidad hubo también quienes, en magnífico gesto, inmolaron sus vidas por salvar las ajenas de una muerte segura.

Juan José Pondal, con heroico arrojo, salvó numerosas vidas, pero entregó a cambio la propia.

Augusto Rohl salvó a sus tres hijos y a su esposa, pero hubo de permanecer tres horas en el agua, con peligro de ahogarse, antes de ser recogido.

Luis Viale cedió su salvavidas a Augusto Marcó del Pont y éste se lo pasó a su esposa.

En la avenida Costanera de Buenos Aires, frente al río donde halló heroica muerte, un bronce costeado por subscripción popular inmortaliza el gesto de Luis Viale.


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