LA BRAVA CONDESA JUANA DE BRETAÑA


En el extremo noroeste de Francia, hállase una región llamada Bretaña. Los reyes de Inglaterra estuvieron por largos años en posesión de este país durante la denominada Edad Media.

Ocurrió el fallecimiento de un duque de Bretaña que no dejaba sucesión directa y se entabló una disputa sobre la herencia entre Carlos, conde de Blois, casado con una hija del hermano segundo del duque, y Juan, conde de Montfort, que era el hermano menor.

Eduardo III de Inglaterra tomó partido por Juan de Montfort, y los franceses por el conde de Blois. Éstos se apoderaron de Nantes, donde se hallaba Juan de Montfort, y el rey de Francia se llevó a su prisionero al Louvre.

Pero Juan de Montfort tenía una mujer valerosa, Juana, que jamás había cedido a los infortunios. Reunió a los habitantes de Rennes ante el castillo donde residía, presentóles a su tierno hijo y los arengó para que se levantaran en defensa del último heredero varón de su antigua línea de duques. Los ingleses, al saberlo, se apresuraron a ofrecer su auxilio a favor de aquel valiente pueblo.

El llamamiento de la condesa a los nobles y leales sentimientos de los bretones no se hizo en vano; todos los varones capaces de empuñar las armas se agruparon a su alrededor; esparciéronse después por otras ciudades, proveyeron a la defensa y eligieron un hábil y prestigioso general. Juana acompañó a su hijo a Inglaterra, para su mayor seguridad; regresó luego, y desembarcó en Hennebont, donde esperó los socorros de Inglaterra.

El conde de Blois se apresuró a conquistar el ducado defendido por una mujer; reunió un ejército, se apoderó de Rennes y puso sitio a Hennebont.

La condesa se revistió de una armadura, montó a caballo. Se la hallaba siempre en las murallas donde era más rudo el ataque, animando a los soldados y dirigiendo la defensa.

Sabedora un día de que el campamento de los sitiadores no estaba custodiado, hizo una salida por una poterna del recinto, con 500 hombres, pegó fuego a los bagajes y obligó al enemigo a dividir sus fuerzas. Al regresar a la ciudad, halló cerrado el paso, pero no se arredró, sino que puesta al frente de su reducida fuerza, emprendió el galope y llegó sana y salva a Auray. Cinco días después peleaba para abrirse camino hacia Hennebont, pero al llegar se encontró con que el obispo de Laon estaba a punto de rendir la ciudad a su enemigo, el conde de Blois.

Transcurrían días y días, noches y noches, sin que llegaran socorros de Inglaterra en favor de la desesperada ciudad. Por fin, un día, mientras el obispo estaba discutiendo con el conde de Blois las condiciones de la capitulación, subióse la condesa una vez más a una elevada torre y escudriñó el mar con la mirada. Sombreando sus ojos con las manos, exploró largo tiempo el horizonte. ¿Qué barcos eran los que comenzaban a verse? ¿Qué eran aquellos lejanos puntos, uno tras otro? No duró mucho su impaciencia; era la escuadra inglesa que acudía, por fin, en su auxilio.

Poco después fondeaban en el puerto las naves de sir Walter-Manny, atacaban el campamento de los sitiadores y lo reducían a cenizas. Concluyóse un tratado en cuya virtud el conde de Montfort era puesto en libertad, aunque no tardó en morir en uno de aquellos encuentros tan frecuentes. Sea como fuera, el rey Eduardo de Inglaterra probó su firme amistad a la condesa y sostuvo la causa de su tierno hijo al cabo de una larga lucha. Bretaña entró a formar parte de Francia; pero con todo. la valiente condesa sostuvo los derechos de su hijo, que más adelante gobernó como duque de Bretaña y fue conocido también con el nombre de Juan de Montfort.