HAZAÑA DE UN JOVEN DOCTOR ESTADOUNIDENSE


Librábase en los montes de Grecia un terrible combate entre griegos y turcos. Hacía ya horas que se oía el incesante disparar de los fusiles y se veían brillar al aire las espadas. Los muertos y heridos yacían amontonados por doquiera. Una nube de humo cerníase densísima sobre el campo de batalla, y los gritos de los combatientes, mezclados con los ayes de los heridos, hendían el espacio.

En el frente de batalla de los griegos un joven, montado en negro corcel, corría de acá para allá animando a los soldados con sus gritos, y blandiendo su espada iba repartiendo tajos y mandobles contra el enemigo.

Ante el empuje de las hordas turcas la línea griega hizo un movimiento ondulatorio, y rompióse.

-¡Cómo! ¡Cobardes! ¿Huiríais ante el vil turco? -gritó con ronca voz el joven del caballo negro-. ¡Replegaos todos alrededor de la bandera! ¡Vamos, pronto, replegaos!

Pero sus palabras fueron apagadas por el incesante clamoreo del enemigo. Los griegos huían, y, obligado por los turcos, el joven hubo también de volver grupas y declararse en retirada con los suyos. Hallóse de pronto cabalgando junto a un soldado griego; ambos caballos, alargando el cuello, volaban para no ser alcanzados por las bárbaras y aullantes hordas que venían en su persecución. Uno de los turcos, el que iba más delantero, alcanzóles por un momento. Brilló en los aires un relámpago de acero, y el joven observó, aunque débilmente, que la túnica de su compañero estaba tinta en sangre.

-¡Échate sobre la silla! -exclamó enronquecido, mientras las balas silbaban por encima de sus cabezas. De repente vio que el muchacho se tambaleaba y caía del caballo; con un esfuerzo tremendo detuvo el suyo y, saltando a tierra, recogió al griego herido; pero los turcos se le echaban ya encima. Luchó valerosamente con ellos, cruzando su espada con las de los enemigos; arrojóse sobre su indómita cabalgadura, y llevóse al herido consigo. Manaba de las heridas de éste abundante sangre, y agarrándose el otro a la silla, sosteniendo aquel cuerpo casi inerte y tendiéndolo sobre el cuello del caballo, huyó a todo galope. El noble animal relinchando, asustado, cubierto de espuma, corría como una flecha, y los turcos, que veían escapárseles la presa, seguíanlo de cerca, gritando desaforadamente. El hálito inflamado que arrojaban por las narices los caballos turcos, quemaban las piernas del herido.

Espoleó por última vez su negro y brioso potro, que dio un gran salto hacia adelante y arrojóse a un torrente, cuya opuesta orilla era su salvación. Llovían las balas, que silbaban siniestramente. Una de ellas rozó el brazo del joven; otra llevóse un rizo de sus cabellos. Llegó por fin a la otra orilla. Jadeante y cubierto de sudor y espuma trepó intrépidamente el caballo por la resbaladiza margen. Y volviéndose el jinete de cara al enemigo, agitó la mano en gesto de burla a los turcos, que blasfemaban en la orilla opuesta. Luego penetró en la selva que cubría la vertiente del monte, con el soldado herido que acababa de salvar colocado al través del arzón de la silla.

El valiente que llevó a cabo esta noble hazaña era Samuel G. Howe, joven médico estadounidense que se había unido a los griegos en la guerra que sostuvieron contra Turquía para recobrar su independencia. Tan intrépido soldado tenía una mano tan delicada, tan suave y tan hábil como la de una mujer, para cuidar de los enfermos y heridos. Por dondequiera estuvo estableció hospitales, y cuando las cosas fueron de mal en peor y los griegos morían de hambre en torno de él, marchó apresuradamente a América para procurarles socorros. Con artículos en los periódicos, con emocionantes discursos y llamamientos personales, obtuvo fondos para socorrer a sus camaradas y regresó a Grecia en un buque cargado de copiosos donativos del pueblo americano.

¡Cuántas bendiciones pronunciaron los griegos para el hombre y la nación que habían sido tan generosos con ellos! Y cuando la guerra hubo terminado y hubieron proclamado su independencia, separándose del poder de sus tiránicos dominadores, enviaron un voto de gracias al noble y valeroso médico americano que había prestado tantos y tan valiosos servicios a la libertad de su patria.


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