FORTALEZA Y CONSTANCIA DE UN SABIO EXPLORADOR


El ilustre Azara, naturalista y geógrafo aragonés de fines del siglo pasado, célebre por la gloriosa expedición que llevó a cabo contra los piratas de Argelia, lo es aun más por los sacrificios y privaciones que sufrió en América del Sur, a donde fue enviado para determinar los límites de las posesiones españolas y portuguesas en las regiones del Plata, o sea de Paraguay, Uruguay y Argentina y el territorio que hoy se llama Brasil.

Ningún obstáculo le hizo retroceder en su difícil empresa. Durante meses enteros anduvo por montes y llanos, arrostrando continuas acometidas de los salvajes; mal vestido, casi descalzo, disponiendo tan sólo de una pobre ración que apenas le reparaba las fuerzas, atravesando eriales y pantanos, asaltado frecuentemente por animales venenosos y obligado a veces a luchar con las fieras.

Tenía, además, que habérselas, por un lado, con los indios bravos que de un momento a otro podían quitarle la vida, y por otro, con los portugueses que intentaban intimidarle; pero Azara no cejó ante ningún obstáculo; tenía un deber que cumplir, y sólo pensó en ejecutarlo. Dio el más elocuente ejemplo de firmeza en el cumplimiento de su deber, a la vez que mostró su profundo amor a la ciencia, que haría célebre su nombre, pues, además de sus trabajos geográficos, escribió numerosas e importantes memorias sobre la flora y fauna americanas descubiertas y estudiadas por él en el transcurso de su larga y fructífera expedición.

Los trabajos que efectuó en la región del Plata duraron 20 años, y sus obras sobre aquellas comarcas se han publicado en varias lenguas.

Muy dignamente cantó el poeta uruguayo Magariño Cervantes, al concluir la oda que le dedicó lamentando su muerte, cuando dice:

Tiene el Plata un vago colosal murmullo
Con que a veces cuenta su dolor al mar;
Y yo, que poeta, comprendo su arrullo
Sé que tu memoria nunca olvidará.
Llora por ti, Azara, porque tú no fuiste
Ni venal ni torpe ni déspota cruel;
Llora por ti, Azara, porque mereciste
La rica diadema que puso en tu sien.
¡Digna y envidiable, fúlgida aureola
Que alcanzó tu esfuerzo, virtud y saber; 
Déjame admirarla...; tu gloria española
También de mi patria, de América es!


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