EL NIÑO ARTILLERO


El sitio de Cuautla es legendariamente célebre, no sólo en la historia de la guerra de la independencia de México, sino en la historia de las guerras del mundo... Es una siniestra epopeya hermana de las que cantan los nombres famosos de Cartago, Sagunto, Numancia...

Entre los episodios heroicos que originó aquel combate sin tregua de setenta y dos días, se destaca la acción del valiente niño Narciso Mendoza, conocido en la historia mexicana con el nombre de El Niño Artillero.

Cuatro mil hombres bajo las órdenes de Morelos ocupaban el pueblo de Cuautla -algunos centenares de casuchas de barro y paja, apenas ligadas en torno de dos fuertes edificios de mampostería, defendidas por una artillería débil, malamente servida-, a punto de ser atacado por ocho mil soldados veteranos, bien armados, con poderosa artillería, que venían de realizar una campaña victoriosa sobre las fuerzas hermanas de las que ahora iban a combatir.

El 19 de febrero de 1812 a las siete de la mañana se inició el ataque de las fuerzas realistas contra las trincheras que los patriotas habían abierto para la defensa del pueblo. La lucha se empeñó con sin igual ardor por ambos bandos: de los dos lados se suceden los actos de arrojo, parece que ninguno de los combatientes quisiera ceder a su enemigo la palma del heroísmo; puede pensarse que una suerte de emulación trágica invita a unos y a otros a hacer abnegada ofrenda de sus vidas.

De súbito, entre los grupos de vecinos que conducen municiones a la barricada que defendía la bocacalle de San Diego, surge el grito de:

-¡Ya nos derrotaron...! ¡Vamonos ...! ¡Vamonos...!

Y los escasos servidores de la defensa vacilan, son presa del pánico y, desobedeciendo la voz de sus jefes inmediatos, huyen, abandonando la fortificación que habían jurado defender hasta el último aliento.

Entonces, los dragones realistas, sabiendo que la barricada está abandonada, embisten al galope de sus caballos, cayendo sobre ella en apretados pelotones...

Cuentan los testigos presenciales que, en el preciso instante de aglomerarse ante su mole para ir a coronarla y tomar la plaza, un humilde niño, llamado Narciso Mendoza, que había observado sombríamente el drama desde un montón de escombros, sabiendo que un cañón había quedado cargado, muerto un artillero, prófugos los otros, en un espontáneo arranque de patriotismo, y con total despego de la vida, corrió a la mecha y, sin vacilar, le dio fuego... La compacta muchedumbre enemiga fue barrida de un golpe; creyendo que la fuga había sido un ardid de los defensores, los dragones que quedaron con vida volvieron grupas y se alejaron al galope del parapeto fatal.

Ya por entonces, rechazados algunos ataques parciales en otras partes, Morelos llegaba con tropas de refresco. Éstas penetraron en las defensas y luego se desparramaron por las casas en escombros, dando muerte a los pocos atacantes que se habían hecho fuertes en ellas; cuando poco después los realistas intentaron un último asalto, desembocaron por su flanco gruesos pelotones de caballería insurgente que, amenazando cortar sus comunicaciones, los obligaron a una rápida retirada.

A las tres de la tarde y en tanto se retiran del pueblo maltrechas y heridas las fuerzas atacantes, luego de dejar en tierra lo más bravo y audaz de su gente, el heroico Niño Artillero se recogió a su rancho a buscar, entre los suyos, alimento y descanso.


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