EL AMOR, MAS FUERTE QUE LA MUERTE


En los turbulentos tiempos que siguieron a la muerte de Julio César, Cicerón y su hermano Quinto fueron inscritos en la lista secreta de las personas a quienes se debía dar muerte. Pero, advertidos a tiempo del peligro que corrían, huyeron de Roma y ya estaban a poca distancia de la costa cuando recordaron de pronto que apenas llevaban dinero. Entonces Quinto emprendió el regreso a la ciudad, para reunir los medios necesarios, mientras Cicerón prosiguió en la huida. Una vez en Roma, Quinto se encaminó a su casa, pero sus enemigos supieron inmediatamente su regreso y mandaron un destacamento de soldados con orden de darle muerte. Pero el proscrito logró ocultarse tan bien que, aun cuando los asesinos registraron la casa, no pudieron dar con él.

Esto los irritó tanto, que se apoderaron de un hijo de Quinto y lo sometieron a la tortura para obligarle a que descubriera el escondrijo de su padre. Y aunque el castigo fue terrible y crueles los tormentos, el valiente muchacho se mantuvo firme y se negó a revelarlo.

Una y otra vez renovaron las torturas, y de cuando en cuando el paciente joven dejaba escapar débiles gemidos que llegaban a oídos de su padre. Quinto soportó por algunos minutos la agonía de oír los padecimientos de su hijo; pero, al fin, saliendo de su escondrijo se llegó a los soldados y, con lágrimas en los ojos, les rogó que lo mataran a él, pero que cesaran de atormentar al inocente muchacho que no había hecho mal alguno ni a ellos ni a su señor.

Mas la compasión era desconocida para aquellos viles asesinos, cuyo cometido no era otro sino el de ejecutar los crueles mandatos de algunos hombres tan criminales como ellos; y al oír las súplicas de Quinto se burlaron de él y de los dolores de su hijo. Dijeron que los dos iban a morir; el padre por haber sido condenado a muerte, y el hijo por haber tratado de salvarlo.

Con valeroso ánimo se resignaron los dos a sufrir tan cruel destino, pero con el deseo de que el otro viviera algunos instantes más, cada uno quería ser el primero en sufrir la muerte. Los crueles asesinos decidieron el asunto y les evitaron el dolor de que uno de ellos sobreviviera al otro, aunque sólo fuera por un momento, porque se dividieron en dos grupos y decapitaron al padre y al hijo en el mismo instante. Difícil sería hallar en la historia otros ejemplos tan patéticos y conmovedores del mutuo amor de un padre y un hijo.


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