CORAZÓN VARONIL


Después de la batalla de Muhlberg, el año 1547, los ejércitos del emperador Carlos V necesitaron cruzar las tierras de Turingia. donde gobernaba la condesa Catalina de Schwartzburgo, quien, para asegurar la tranquilidad de sus vasallos, alcanzó del emperador promesa formal de que aquéllos serían respetados en sus vidas y haciendas, a cambio de no gravar con sobreprecio alguno las provisiones que las huestes del emperador necesitaran.

A fin de que el paso de la soldadesca por las poblaciones no pudiera ser motivo de tentación al saqueo y al pillaje, la condesa mandó destruir los puentes cercanos a aquéllas, y construir otros en parajes lejanos de ciudades y aldeas.

Además, Catalina invitó a todos sus súbditos a guardar, en la fortaleza que a ella le servía de morada, todos los efectos de valor que ellos poseyeran, para librarlos así de la codicia de las tropas.

Un día llegó a la puerta del castillo de la condesa, el príncipe Enrique de Brunswick, generalísimo de las legiones imperiales, acompañado de otros altos jefes a sus órdenes y, sin solicitar el natural permiso de la condesa, invitóse a sí mismo y a sus acompañantes a comer en la señorial morada, cuya dueña, no obstante, hizo cuanto pudo por obsequiar a sus intrusos y nada caballerosos huéspedes.

Apenas sentados éstos alrededor de la mesa, llegó a la puerta del castillo un mensajero, portador de malas nuevas, puesto que las tropas del emperador, olvidando la palabra empeñada por éste, cometían los mayores desmanes y tropelías con los vasallos de la condesa Catalina.

Enterada la condesa, indignóse justamente sobremanera y llamando junto a sí a sus más leales servidores, dioles orden de requerir las armas y de estar prontos a su llamada, tras de los cortinajes de la cámara donde almorzaban los huéspedes. Luego, con ademán enérgico, exigió al príncipe la orden de que sus soldados cesaran en sus atropellos; pero Enrique, sin dar importancia a la indignación de Catalina, contestóle que no debía acongojarse tanto, porque eran costumbres corrientes de la guerra.

-Muy bien -replicó Catalina-, pero si a mis leales vasallos no se les restituye todo lo que es suyo, este pavimento se teñirá con la sangre de un príncipe.

Y a una señal de la condesa, abriéronse las puertas de la estancia; dando paso a un fuerte pelotón de servidores de la condesa; y los huéspedes viéronse rodeados de gente de guerra, dispuesta a todo.

-Príncipe -añadió Catalina-, os juro que no saldréis vivos de aquí mientras vuestros soldados no abandonen la comarca, y mis súbditos hayan recuperado todo cuanto vuestras tropas les hubieren arrebatado.

El príncipe Enrique y sus generales no tuvieron más remedio que rendirse ante la entereza varonil de aquella mujer, que con tanta gallardía supo defender los derechos de sus súbditos. El príncipe Enrique hizo despachar correos a todas las divisiones de su ejército, ordenando poner término a las vergonzosas escenas de saqueo, y cuando las tropas imperiales abandonaron los dominios de la condesa, los huéspedes salieron del castillo en la más amplia libertad. La condesa recibió por este acto el sobrenombre de Heroica, con que luego se la designó.


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