Todavía hay jueces en Berlin


Federico II el Grande, rey de Prusia, había mandado demoler un viejo molino que afeaba la vista de su majestuoso palacio.

El molinero afectado recurrió a la justicia en defensa de sus intereses y el juez condenó al monarca a pagar daños y perjuicios y a reedificar el molino.

Contra la creencia general de que se negaría a someterse a la sentencia, el rey exclamó satisfecho: “veo con alborozo que aún hay jueces en Berlín”.

Úsase esta frase cuando, ante el temor público o el desconcierto general provocados por el miedo que infunden el mando o la fuerza, aparece el funcionario, el fiscal o el magistrado recto que vuelve por los fueros de la ley haciendo respetar sus principios.


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