EL CERCO AZUL - Juana de Ibarbourou


Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas. Y todas las mañanas amanece azul, como si un trozo de cielo, durante la noche, se hubiera desmenuzado sobre él. Muy temprano, apenas me levanto, corro a abrir la ventana de mi cuarto para mirar el hermoso cerco azul. Debe ocultar muchos nidos porque son muchos los gorriones que entran, salen, y se agitan chillando entre el verde laberinto de sus tallos. A veces los chicos del barrio arrancan puñados de sus bellas flores y se las ponen en las gorras mugrientas. Es como si llevaran penachos de cielo sobre la sucia cabeza. Pero las tiran en seguida. Ayer vi que el lechero, al pasar, pegó al cerco con el látigo y la vereda quedó cubierta de campanillas mutiladas. Yo sentí una indignación profunda ante ese inconsciente y torpe acto de maldad. Creo que mirando ese cerco, ya tengo un diario motivo de alegría para todo el verano. No sé por qué, me serena verlo tan lleno de viva y sana belleza. Y creo que me da una constante lección de optimismo floreciendo sin tasa, cubriéndose mañana a mañana con sus campanillas azules, a pesar de la avidez inconstante de los muchachos del barrio y de la crueldad torpe del lechero que, al pasar, le pega con el látigo.


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