El señor conejo y la señora vaca


EL SEÑOR CONEJO Y LA SEÑORA VACA

Necesitaba el señor Conejo un poco de leche para sus pequeñuelos, y fue a pedírsela a la señora Vaca, quien, como estaba enojada, no se la quiso dar. Era un día caluroso, y la señora Vaca estaba a la sombra de un manzano, cuando por casualidad acertó a pasar por allí el señor Conejo.

- ¡Qué hermosa fruta! -le dijo el señor Conejo-. ¿Por qué no coge usted algunas manzanas, señora Vaca?

- No sé cómo -respondió ésta.

- Es muy fácil. No tiene usted más que dar cornadas al árbol, y verá como enseguida empiezan a caer manzanas -añadió el señor Conejo con aire de suficiencia.

Inmediatamente comenzó la señora Vaca a cornear el árbol con tal ahínco, que le quedaron clavados los cuernos en el tronco, sin poderlos retirar a pesar de todos sus esfuerzos.

Entonces marchó el señor Conejo en busca de su familia, y todos provistos de cubos, volvieron y ordeñaron la vaca hasta sacarle la última gota de leche.

- Mucho siento, señora Vaca -le dijo, el señor Conejo-, que tenga usted que pasar aquí toda la noche; pero no se apure, que mañana volveremos todos en busca de más leche.

Cuando despuntó el día, ya había logrado sacar los cuernos del tronco la señora Vaca, que, enfurecida, preparó una buena trampa al señor Conejo. Después de haber pastado una hermosa ración de hierba fresca, volvió a meter los cuernos en los mismos agujeros del árbol; pero, sucedió que, como el señor Conejo aquel día había madrugado más que de costumbre, tuvo ocasión de observar de lejos la operación.

- No he podido descansar en toda la noche -le dijo la señora Vaca cuando lo vio-. Ayúdeme, señor Conejo, a sacar los cuernos de este maldito árbol, tirándome del rabo con todas sus fuerzas.

- ¡Ca! ¡De ninguna manera! Si usted quiere, señora Vaca, tire usted que yo mugiré entretanto -le respondió el señor Conejo.

Furiosa la señora Vaca por la burlona respuesta, volvióse contra el señor Conejo, que echó a correr cuesta abajo para alejarse.

Dando tropezones corrían los dos por aquellos campos, llevando siempre el señor Conejo la delantera, y éste, al ver unos espesos matorrales, se ocultó entre ellos de tal modo que no asomaba más que sus dos grandes ojos espantados.

- ¡Eh!, Ojos-Grandes -le gritó la señora Vaca, al llegar delante de él-. ¿Has visto pasar por aquí al señor Conejo?

- Sí, por cierto; ahora mismo acaba de pasar -le contestó-. Y a la verdad, que parecía muy cansado y hasta enfermo.

Como loca partió la señora Vaca en su busca, mientras el señor Conejo se revolcaba en el suelo, riendo a carcajadas.


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