El heredero y el testamento


Al morir un avaro y rico judío, se halló en su testamento que había legado toda su fortuna a un esclavo, con la única condición de que éste había de permitir al hijo del difunto, que se hallaba en país lejano, elegir una sola cosa de toda la herencia.

El esclavo no podía ocultar su alegría por tan inesperada suerte y así marchó a la ciudad donde se encontraba el hijo del que había sido su amo, para infórmale de lo ocurrido.

El hijo lamentó la muerte de su padre, y quedó asombrado al conocer su última voluntad, pues no acertaba a explicarse tal determinación.

Molesto por la desconsideración que suponían las disposiciones de su padre, acudió a un rabino, quejándose de la injusticia de que se creía objeto. El rabino lo recibió con simpatía y compasión y escuchó sus quejas, al propio tiempo que daba a entender el extraordinario asombro que sus palabras le producían.

Cuando el hijo hubo terminado, exclamó el rabino:

-¡Qué hombre tan sabio era tu padre! Ese testamento nos demuestra su maravilloso modo de mirar por lo porvenir. Con tal acuerdo te ha conservado toda su propiedad, cosa que no habría sucedido si todo te lo hubiera dejado en el testamento. Estando tú, el heredero, tan lejos de la hacienda, el esclavo te hubiera robado; para evitarlo, tu padre legó toda la herencia al esclavo, quien se tomará el interés posible en beneficio de las propiedades que él cree suyas.

-Pero ¿cómo puede ser todo oso en beneficio mío, si el verdadero dueño de todo es él? -preguntó el joven asombrado.

-¿No sabes que todo lo que posee un esclavo pertenece a su amo? -dijo el rabino-. Tú puedes elegir una cosa; elige, pues, al esclavo y toda la propiedad será tuya.

Así lo hizo el joven, bendiciendo la previsora sabiduría de su padre que le había evitado perder una buena parte de su hacienda.


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