AMOR FRATERNAL


El gran violinista saludó dando las gracias al auditorio entusiasmado; luego bajó corriendo la escalera del escenario. La puerta se cerró tras él, pero continuaron oyéndose tan prolongados aplausos, que casi le obligaban a responder. “No”; dijo sacudiendo la cabeza: “estoy muy cansado, no puedo tocar ni una nota”. Al subir al automóvil se le acercó un niño: “Dispénseme usted, caballero”, -le dijo con timidez-, “¿no podría usted disponer de algunos minutos para tocar algo a mi hermanito?”

El violinista pareció asombrado. “Está muy malito”, prosiguió el niño. Ni siquiera nos reconoce; pero está tan afligido por no haber asistido al concierto que no puede apartar esta idea de su cerebro. En su delirio habla de ello continuamente, y nos echa en cara que le hayamos privado de este placer. El médico dice que si no duerme se muere; y yo he pensado que, si podía decidir a usted a que le tocara algo, los acentos de su violín le calmarían. ¡Oh. está enamorado de ese violín...! Mi madre decía que usted no querría venir”. “¿Y tú has tenido fe en mí?”, preguntó el violinista. “¿Dónde vives?”

El niño le dio las señas de su casa y a los pocos minutos los dos se dirigían a ella. En una ventana brillaba una Iuz. “¡Ése es el cuarto!” -exclamó el niño-. El violinista no contestó y el niño se alejó. De repente una dulce melodía rompió el silencio de la noche. Las notas, que se escapaban unas tras otras y llenaban el aire de dulces melodías, penetraron en el cuarto del enfermito, llevándole alegría y paz. Cesó la agitación, y los párpados del niño se fueron cerrando lánguidamente bajo la acción de un profundo sueño.

El artista que esperaba con los ojos clavados en la ventana, vio una mano que con suavidad corría las cortinas. Al desvanecerse la luz, volvió a colocar el violín en su estuche y se alejó.


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