Por qué nos hemos de nutrir de algo que nos dé energía para poder gastar dicha fuerza


Si fuésemos máquinas de movimiento continuo, podríamos vivir sin necesitar del comer habitual.

En efecto, una prueba de esto lo constituye el hecho de que debemos recuperar las energías que gastamos, para lo cual tenemos que alimentarnos. Durante mucho tiempo se creyó que los seres vivos constituían una excepción de esa ley universal, que viene a ser la de la conservación de la energía. Pero ahora sabemos que no es así y que todos los seres, por maravillosa que sea su organización y por mucho que se diferencien de las cosas que los rodean, forman parte del todo universal y están sujetos a las mismas leyes. En cada generación aparecen hombres que no quieren convencerse de ello y que se esfuerzan por sacar algo de la nada, sea valiéndose de alguna criatura viva o sea mediante una máquina; pero siempre han fracasado y seguirán todavía fracasando.

Podemos tratar ahora de otro descubrimiento de Galileo, y veremos cómo su significación corresponde a lo que ya hemos averiguado acerca del trabajo. Tirando bolas de distintos pesos desde lo alto de la torre inclinada de Pisa, Galileo pudo demostrar que todas llegaban al suelo en el mismo tiempo. Fundándose en las afirmaciones del gran filósofo griego Aristóteles, se había creído por espacio de unos dos mil años, que una bola, cuyo peso fuera de cuatro kilos, llegaría al suelo cuando otra que sólo pesara idos se hallase a medio camino. Era tal la facilidad con que la gente solía aceptar teorías sin comprobación alguna, que hasta el tiempo de Galileo a nadie se le ocurrió averiguar si era cierto lo afirmado por el griego Aristóteles.

Pero es preciso fijarnos bien en ello, ¿tina bola grande, que ejerce sobre la Tierra una fuerza de atracción, al propio tiempo que es atraída por ella, no! tendrá más potencia que una pequeña? ¿Acaso no preferiríamos que nos diera en la cabeza un guijarro pequeño que uno grande? ¿No parece natural que a una fuerza más grande le corresponda una velocidad mayor? A eso puede contestarse que, si bien la fuerza ejercida es mayor, también es mayor el trabajo que ha de efectuarse, por serlo la cantidad de materia movida. Cuanto mayor sea la masa de la piedra, mayor será la potencia en proporción al tamaño; pero la ¡cantidad de trabajo necesario aumenta en la misma proporción, de modo que todos los cuerpos sometidos a la gravedad caerán con la misma velocidad; y, durante cada segundo que transcurre mientras cae un cuerpo, el aumento de su velocidad será siempre! el mismo, sea cual fuere el cuerpo de que se trate.

Sin embargo, podría decirse que eso no es cierto, pues todos sabemos que una piedra no tarda tanto en caer como uña pluma. Pero si suponemos que se suprime el aire, la pluma caerá tan de prisa como la piedra, cosa que podemos comprobar con un tubo largo del cual se haya extraído el aire, o por lo píenos la cantidad necesaria para efectuar el experimento, y dejando caer dentro del tubo, al mismo tiempo, ¡desde un extremo, una bala de plomo, por ejemplo, y una pluma. Entonces observaremos que las dos llegan al fondo juntas. Éste fue otro de los grandes descubrimientos realizados por Galileo. Aristóteles sostenía que hay dos principios: el peso y la ligereza] el peso o gravedad hace caer los cuerpos y la ligereza o levedad los hace subir. Pensaba Aristóteles que aquellos cuerpos que, como una piedra, ¡un libro, etc., caen cuando se los suelta, estaban sometidos a la gravedad; pero que en cambio, aquellos similares a un globo que asciende, tenían levedad. Galileo manifestó categóricamente que esto era un error, demostrando que todos los cuerpos del Universo están sometidos rigurosamente a la gravedad, precisamente porque la ley de gravitación se aplica a toda la materia en dondequiera que se halle. No existe tal principio de ligereza o liviandad. Si se eleva el aire caliente o se levanta un globo, y si flota en el agua un tapón de corcho, no es porque estas cosas no tengan peso, sino porque tienen menos que las sustancias que los rodean y que estas sustancias caen, digámoslo así, por debajo de aquéllas y las empujan hacia arriba.

Pero lo más maravilloso que hizo Galileo fue llegar a darse cuenta, sin que le ayudasen con sus trabajos los que le habían precedido, de lo que luego demostraron Newton y los grandes sabios del siglo xix.

Comprendió que en dondequiera que haya movimiento hay fuerza, potencia o energía. Esta idea de la relación entre la fuerza y él movimiento era una novedad en tiempo de Galileo, y en ella se funda toda la ciencia de los movimientos, ciencia llamada dinámica, palabra derivada de dynamiké, que es el nombre griego de la fuerza.