Las diversas condiciones que han de reunir los buenos cantantes


El buen cantante no sólo saca partido de todas las inflexiones que pueden darse a la voz, y articula o pronuncia las vocales con más pulcritud que lo hace al hablar la mayoría de la gente, sino que afina constantemente sus cajas de resonancia para que el tono resulte más o menos cálido según lo crea útil.
Con este objeto, se aprovecha de todo cuanto dispone para el afinamiento de dichos resonadores. El que esté más o menos abierta la boca, la exacta posición de los labios, de la lengua y de todas las partes distintas de la garganta -desde el paladar hacia abajo-, contribuyen a modificar la afinación de los resonadores superiores, y el gran cantante domina por completo esos varios movimientos.

Los sonidos concomitantes no se producen únicamente por medio de cuerdas en tensión. Lo mismo ocurre con los tubos, tales como los cañones de un órgano, de una flauta, de un clarinete o de un fagot. Éstos difieren mucho en lo referente al timbre, y la diferencia que existe entre ellos dimana de sus respectivos sonidos concomitantes. En todos los casos la columna de aire no sólo vibra en toda la longitud del tubo, sino también en forma parcial, produciendo así los armónicos, que dan a cada instrumento el timbre que los caracteriza.
Es curioso el efecto que producen las vibraciones en las placas. Este asunto se estudió, hace ya muchos años, haciendo vibrar una placa, sujeta por el medio, mediante un arco de violín que se pasaba por el borde. Si se esparce un poco de arena fina por encima de la placa, observamos que esta arena formará ciertos dibujos parecidos a los que produce la voz. El aspecto de esos dibujos variará según los casos y según la manera que se maneje el arco.

Ahora bien; se comprende desde luego que la arena será apartada de la parte de la placa que vibra con más intensidad y tenderá a amontonarse en donde el movimiento sea menos intenso. Resulta, pues, que en la superficie de la placa hay ciertos puntos bien definidos en que la arena se acumulará, por ser allí menos fuerte el movimiento. Estos puntos se llaman nodos, palabra latina que significa nudos. Pero la importancia de los nodos no estriba solamente en el hecho de que se produzcan en las placas cuando vibran. Al estudiar detenidamente las cuerdas tirantes, observamos que hay en ellas ciertos puntos en donde se mueven menos, y estos puntos son los nodos. Sabemos que la cuerda se mueve en su conjunto; pero se mueve, además, por partes, dando origen a los armónicos, y esas partes se hallan comprendidas entre los puntos en donde se forman nodos. El armónico más sencillo que puede darse, tratándose de una cuerda, es de una octava más alto que la nota considerada fundamental.

Ya hemos aprendido la regla aplicable a las vibraciones de una cuerda y según la cual dichas vibraciones serán tanto más rápidas cuanto más corta es la cuerda. De manera que si el armónico está una octava más arriba del tono fundamental, es que la cuerda vibra en sus dos mitades, además de vibrar en su conjunto; la mitad de la longitud total corresponde a un número doble de vibraciones, lo cual representa precisamente una octava. El nodo deberá, pues, formarse en la mitad de la cuerda; así sucede efectivamente. También se forman otros nodos que corresponden en cada caso a los armónicos respectivos. Si la experiencia se hace en buenas condiciones, es posible llegar a ver los nodos mientras la cuerda está vibrando. Claro está que tratándose de armónicos agudos, la cuerda habrá de dividirse, digámoslo así, en gran número de partes pequeñas, cada una de las cuales vibra con la rapidez que corresponde a la agudeza del armónico. Cuanto más alto es el armónico, mayor es el número de partes o segmentos en que se subdivide la cuerda y menores los límites dentro de los cuales vibran esos segmentos.

Sabemos que la intensidad de un sonido depende de esa anchura o amplitud del balanceo de las ondas del aire, y ésta, claro es, depende a su vez de la amplitud de la vibración del cuerpo que produce las ondulaciones del aire. De manera que es de suponer que, si la amplitud de la vibración de las partes de la cuerda disminuye cuanto más cortas son, los armónicos serán tanto más débiles, cuanto más alto sea su tono; y eso es lo que precisamente ocurre. Conviene que no se produzcan confusiones en nuestra mente acerca de si es posible que las partículas de aire o las partes de la cuerda se hallen al mismo tiempo en dos lugares distintos. Sabemos desde luego que esto no puede ser. De modo que cuando una cuerda está vibrando de manera tal que produzca varios armónicos al propio tiempo que un tono fundamental, es que, en realidad, no posee ninguno de los varios movimientos que le habíamos atribuido, sino otro muy distinto, que es el resultado de todos aquellos.
Ninguna parte de la cuerda puede hallarse en dos sitios a la vez, y el verdadero movimiento de esta cuerda es sumamente complicado, como lo son las ondas aéreas que han sido producidas por dicho movimiento.
Resulta todavía más difícil figurarnos cuan complicadas han de ser las ondas sonoras que se producen en el aire, cuando suenan a un mismo tiempo cierto número de instrumentos y de voces. La vibración que llega a nuestros oídos ha de ser una mezcla extraordinariamente compleja de las diversas ondas o vibraciones producidas. El fonógrafo nos ofrece un medio muy interesante de estudiar las ondas sonoras; tratamos de ese instrumento -que al principio no era más que un juguete- en otra parte de esta obra. Mediante el fonógrafo, pueden registrarse las distintas ondas que corresponden a una orquesta o a cualquier clase de música, complicada o sencilla, así como también a un ruido, y las señales que traza en la cera la aguja del instrumento pueden estudiarse con el microscopio o se pueden fotografiar, para luego ampliarlas.