Los sonidos que el hombre no puede alcanzar a oir

El oído humano sólo puede percibir los sonidos comprendidos entre ciertos límites de frecuencia. Fuera de estos límites, el oído permanece sordo. El límite inferior está entre las 16 y 20 oscilaciones por segundo. Es decir, el sonido más grave que se puede oír está comprendido entre dichas frecuencias. El límite superior, muy variable de persona a persona, se puede colocar en 20.000 oscilaciones por segundo. Por encima de dicha frecuencia, ya no se percibe por la audición fisiológica sonido alguno.

Sin embargo, ciertos sonidos de frecuencia superior a la que el ser humano puede oír, pueden ser escuchados por ciertos animales, como el perro, según ya lo expresamos.

Es muy curioso lo que pasa con los murciélagos. Mucho antes de que el hombre inventase el vuelo a ciegas, los murciélagos lo realizaban con extrema eficiencia. Se ha comprobado, en efecto, que estos mamíferos son capaces de volar en cuartos absolutamente privados de luz. Al comienzo se creyó que podían tener ojos superdotados para las mayores oscuridades, pero una experiencia demostró que esta hipótesis no era correcta; se taparon con telas adhesivas los ojos de algunos murciélagos y se los hizo volar en habitaciones colmadas de obstáculos. ¡Los animalitos se movían sin dificultad! Entonces se pensó que quizá tuviesen un oído extremadamente refinado. Y, en efecto así es, pues cuando se los hizo volar con los oídos tapados perdieron su facultad de volar a ciegas.

Los físicos averiguaron enseguida cuál era el mecanismo de esos pilotos nocturnos. Micrófonos especiales revelaron que, durante el vuelo, emitían gritos agudísimos, completamente inaudibles para el hombre porque llegaban a las 50.000 vibraciones por segundo y ya hemos visto que el límite superior de audibilidad humana está en las 20.000 vibraciones. Estos supersonidos se propagan por el espacio, una vez emitidos, en forma de ondas esféricas; éstas, al llegar a un obstáculo cualquiera, son reflejadas y vuelven al punto de partida, como en el eco vulgar; el murciélago se informa así de los obstáculos que tiene delante y que no ve.

Estas ondas ultrasonoras están teniendo muchas aplicaciones en la técnica moderna. Durante la primera Guerra Mundial, el físico francés Paul Langevin las hizo aplicables, mediante un ingenioso dispositivo, para la localización de los submarinos enemigos. En la segunda se las empleó en otras instalaciones y es casi seguro que han de ser utilizadas en gran escala, hasta con fines médicos, como se ha descubierto últimamente en Holanda, donde por lo pronto ya se las usa para pasterizar la leche.

Hagamos ahora una advertencia importante; todos hemos oído hablar de los aviones más veloces que el sonido. Estos aviones presentan la curiosa propiedad siguiente: ¡los oímos sólo después que han pasado! Este hecho curioso no tiene nada que ver con las ondas ultrasónicas; se trata, simplemente, de que el avión pasa delante de nuestra vista antes de que el sonido que produce pueda llegar a nuestros oídos, porque la velocidad del avión es superior a la del sonido. Esto mismo ocurrió con ciertas bombas que usaron los alemanes para bombardear a Londres: después de hacer explosión en tierra llegaba a los oídos de los aterrorizados londinenses un sonido muy agudo. Gran asombro causaba a las gentes tal sonido, porque, al contrario de lo que ocurre con otras bombas, el sonido llegaba después de la explosión; la explicación no tiene nada de misterioso, pues las bombas llegaban antes que su propio zumbido.