La llamada edad de oro de la pintura inglesa


En el siglo xviii Inglaterra consiguió ocupar un lugar destacado en la pintura europea no obstante los pocos años de experiencia que había tenido. Sobresalió un conjunto de pintores y retratistas tan notables como los mejores representantes de las escuelas flamenca y alemana.

Entre ellos, dos ocuparon un primerísimo plano: Josué Reynolds (1723-1792) y Tomás Gainsborough (1727-1788), quienes se especializaron en retratos de personajes famosos de su época, aquella época en la que los caballeros usaban pelucas empolvadas y andaban en sillas de mano.

El genio de ambos artistas es muy diferente entre sí; por momentos parecería que se complementan. Reynolds fue un estudioso que investigó en libros y obras de grandes maestros, y un viajero incansable que realizó sus viajes precisamente para ponerse en contacto con los maestros de la pintura europea. Gainsborough, en cambio, fue un contemplativo de la Naturaleza, cuyas bellezas se complacía en reproducir en sus cuadros; jamás salió de su ciudad natal y sólo quiso estar en contacto con los bosques y el campo. El uno fue reflexivo y el otro impulsivo; al primero lo admiramos por el colorido profundo de su paleta y al segundo por la suave belleza de sus temas.

Josué Reynolds era hijo de un clérigo letrado de Devonshire, director de una escuela de gramática donde Josué estudió en la niñez. Muy joven aún se independizó, abrió su propio taller, y luego realizó un viaje a Italia, para estudiar y perfeccionarse.

El prestigio de este autor fue muy grande, tanto que, en mérito a ello designóselo presidente de la Real Academia de Londres.

Reynolds se especializó en pintar grupos de niños con sus respectivas madres, como el de Lady Cockburn y sus hijos, o hermosos niños, también retratos como el de miss Eveles, y los cinco estudios que hizo de la encantadora cabecita de Francés Gordon. Reynolds dio a sus retratos un aire de grandiosidad y de profundo sentimiento histórico o heroico. En el retrato que hizo de la actriz Mistress Siddons, que representa la Musa de la Tragedia, puede advertirse su gran admiración por el estilo de Miguel Ángel.

Tomás Gainsborough amó por encima de todo la belleza del paisaje de su país natal, pero siguiendo la costumbre de la época fue también un cotizado retratista. Era un eterno e impulsivo soñador, tanto en sus inclinaciones como en sus realizaciones; gustábale vivir tranquilamente con su esposa, aislado del mundo, en medio de su música y sus sueños. Una suave melancolía y una ternura meditativa reflejan los colores suaves y esfumados de su paleta.

Sus cuadros de niños y adolescentes lo hicieron famoso por la belleza y la perfección de líneas, tal como se puede apreciar en el cuadro El niño de azul; entre los retratos de adultos más famosos que le pertenecen se destaca el de la duquesa de Devonshire.

Toda una pléyade de artistas de menor cuantía siguió, en Inglaterra, Escocia e Irlanda, las huellas de estos dos grandes maestros, verdadera gloria de la pintura inglesa.

El gran auge del acuarelismo acostumbró, tanto al público como a los artistas ingleses, a temas que representaban momentos fugaces de la atmósfera y a todo lo que significara una pintura más espontánea, menos elaborada en taller. En ello se destacó José Turner (1775-1851) -hijo de un peluquero de Londres- quien, gracias a una herencia familiar, pudo realizar estudios en la Real Academia, con Reynolds. Luego de una primera etapa de influencia holandesa, Turner se revela como un extraordinario colorista, resultado del viaje a Italia que lo pone en contacto con la luminosidad meridional. Esta “época de irisación” lo señala como precursor de los impresionistas. Obras notables del gran paisajista son: El sol sale a través de la bruma, Lluvia, vapor y velocidad, Naufragio del “Minotauro”.