Del arte románico al ojival. Las miniaturasiluminadas


El arte románico sirvió de puente en Occidente entre el arte cristiano primitivo y el arte ojival, cuyas raíces más remotas entroncan con el siglo xii. El arte ojival fue también un arte esencialmente arquitectónico a cuyo servicio volvieron a estar tanto la pintura y la escultura como las artes menores.

El arte ojival admite una subdivisión en tres períodos, cuya designación surge de la forma de los vanos: así, en el siglo xiv se llamó radiante, porque dicha ornamentación aparece en forma de rosetas y llores dispuestas alrededor de un centro, y en el siglo xv se llamó llameante o flamígero, porque las pequeñas fajas que constituyen los entrelazamientos que adornan puertas y ventanas forman entre sí dibujos parecidos a llamas. De cada uno de dichos estilos y sus correspondientes en la plástica, nos ocuparemos en el próximo capítulo.

Mientras el arte cristiano primitivo se fue extendiendo por las ciudades del interior del Imperio, la influencia dejada por los romanos en sus colonias siguió desarrollándose lentamente, elaborando lo que tiempo después fueron las bases del auténtico arte cristiano medieval.

Durante el reinado de Carlomagno (742-814), que resucitó de nuevo en Occidente la idea imperial, se produjo en sus dominios, especialmente en Francia, un notable desarrollo de la miniatura, en la que se distinguen diversas tendencias o escuelas, según los lugares en que se realizaron. Los manuscritos miniados del período carolingio son realmente famosos, sobre todo los que corresponden a Reims, Tours y Metz.

Estos libros ilustrados se llamaron miniados, porque los miniaturistas utilizaron para sus ilustraciones el minio, óxido salino de plomo, de color rojo anaranjado, que en Occidente reemplazó en cierto modo al oro de los miniaturistas bizantinos, aunque los de los primeros siglos también aprovecharon el oro y la plata; el Museo Británico, por ejemplo, posee un ejemplar de los Evangelios totalmente ilustrado en oro.

Los monasterios medievales utilizaron para sus manuscritos el pergamino; pero, como éste era muy caro, a veces las hojas eran lavadas para ser aprovechadas de nuevo. Los manuscritos en pergamino de segunda mano se llaman palimpsestos y revisten un valor histórico inestimable, pues debajo de la nueva escritura quedan rastros de la anterior, de modo que mediante procedimientos químicos se pueden leer las dos escrituras superpuestas; de esta manera se recuperan, en gran cantidad, documentos a los que se creía perdidos.

Cuando en el siglo xiii se introdujo el uso del papel, la calidad de los manuscritos y sus miniaturas decorativas fueron tornándose más torpes y groseros. La invención de la imprenta dio un golpe mortal a esta expresión medieval de las artes de los colores.

Las decoraciones de estos manuscritos fueron muy variables, pues así como algunas cubrían totalmente la página, otras se redujeron a simples viñetas de apertura o clausura, o a ilustrar sólo las letras mayúsculas que abren cada capítulo, de donde tomaron el nombre de letras capitulares.

Los misterios fueron la fuente principal de los libros y manuscritos iluminados. Este maravilloso arte se extendió por todos los rincones de Europa, y logró su principal desarrollo en Flandes, Francia, Irlanda e Inglaterra. En la época de los Otones, el siglo x, el arte de las miniaturas se extendió también por toda Alemania, y dejó para la posteridad hermosísimas muestras de sus artistas.

Uno de los manuscritos iluminados más famosos es un ejemplar de los Evangelios del siglo viii, ilustrado por monjes irlandeses, conocido con el nombre de Libro de Kells, que en la actualidad se conserva en el Colegio de la Trinidad de Dublín (Irlanda).