El enigma de los cíclopes en la antigua Tiahuanaco


El misterio de las ruinas de Tiahuanaco es uno de los más apasionantes de la historia de América precolombina. Todo se ignora acerca de ellas: antigüedad, pues se les atribuyen fechas tan dispares que oscilan entre los 1.500 y los 10.000 años antes del descubrimiento de América; procedencia, aunque generalmente se acepta que fue la capital religiosa del gran imperio aimará; y cómo fueron llevadas las monumentales piedras, bloques monolíticos, algunos de ellos de más de 100.000 kilogramos de peso, y montadas unas sobre otras. Las canteras más próximas están a más de setenta kilómetros. Ni los egipcios han movido bloques tan enormes como los que se ven en Tiahuanaco; ellos son prácticamente los únicos que se han salvado de las sistemática destrucción para aprovechar las ruinas en la construcción de viviendas. Docenas de pueblos de los alrededores se han construido con sillares y losas quitados de las ruinas de Tiahuanaco.

La Puerta del Sol es el monumento más admirable que se alza en aquel lugar enigmático: es un enorme bloque de andesita cuyo peso es de varias toneladas; en el friso que cubre toda la parte superior hay un detalladísimo bajo relieve, verdadero arabesco en piedra, cuyo tallado plantea otro problema: ¿con qué instrumento pudieron trabajar esa piedra, una de las más duras que se conocen. La Puerta del Sol es la entrada de un recinto, tal vez templo, tal vez palacio, llamado Kalasasaya, que cubre una superficie de casi dieciséis mil metros cuadrados.

Otros restos interesantes son los del Cerro Artificial o Akapana, elevación de forma geometrizada, y las esculturas monolíticas, de expresión bárbara pero muy imponente en medio de su sencillez.

El origen de los incas, como el de todos estos pueblos, se pierde en la incertidumbre de leyendas. Hay quien establece la llegada de Manco Capac, a quien se atribuye el origen humano del pueblo inca, en el año 1120. Cuatro siglos después llegó Pizarro al Perú y encontró un gran imperio, que en pocos años fue aniquilado.

Las construcciones peruanas que no han sido destruidas son testimonio del grado extraordinario de dominio que los incas habían alcanzado en arquitectura. Hasta pueden caracterizarse varios estilos arquitectónicos, ya sea que la construcción se realizara con bloques vaciados a modo de cemento, con mampostería seca unida con barro, con enormes bloques de piedra, etcétera. Quedan restos de grandes palacios, como el de Huantar, el de Viracochapampa, Pilco-Kayma, etc. Los templos han sido más destruidos que los palacios, pero por sus ruinas puede verse que eran construcciones espléndidas. Las vastas necrópolis reunían recintos donde se conservaban los sarcófagos con las momias y, además, los muebles y objetos que habían pertenecido al difunto.

Una de las realizaciones sorprendentes de los incas son las obras de canalización de aguas para regar las zonas áridas. Además, entre una ciudad  y  otra  fueron  tendidos  anchos caminos enlazados entre sí por una verdadera red de calles y senderos.

Tanto en las artes del vestido y el adorno como en las del tejido, la madera, la piedra, la cerámica y la metalurgia, los incas fueron excelentes realizadores. Practicaron la pintura, la música y la literatura, y usaron un raro sistema de notación con nudos e hilos de colores, los quipos, que algunos han interpretado como escritura.

Dos ciudades incas que todavía pueden dar una idea de lo que fue este grandioso imperio son las de Ollantaitambo y Machupichu. Esta última, escalonada sobre terraplanes de cultivo que ascienden hasta más de tres mil metros de altura, es prueba de una audacia y pericia extraordinarias.