LA FALSA ECONOMÍA


Hay algunos ricos miserables tan esclavizados al hábito de la economía, adquirido cuando empezaron a vivir por su cuenta, que muchas veces pierden un peso por economizar un céntimo.

Si tienen en su casa alumbrado de gas, dejan los mecheros con luz tan baja, que el más lince tropieza con las sillas, y si la instalación es eléctrica, ponen lámparas de quince bujías donde la capacidad del aposento o la índole de los menesteres domésticos las requiere de cincuenta. Economizan luz a costa de la vista, y cuando ésta se les acorta o sobreviene alguna afección visual, han de gastar en anteojos y medicinas el triple de lo que imprudentemente economizaron en luz.

Es cosa averiguada que la economía nada tiene de común con la sordidez y la mezquindad. Por el contrario, denota amplitud de miras y previsión del porvenir el prudente empleo de nuestro haber.

Conozco un joven que ha perdido muchas ocasiones de adelanto por sus excesivas economías en todo aquello que contribuye a realzar la prestancia de la personalidad para producir favorable impresión en el ánimo de las gentes. A su corto entender no hay que quitarse de encima un traje hasta que se caiga a pedazos de puro raído, ni una corbata hasta que se deshilache.

Otros hay que por no gastar perjudican gravemente su salud al privarse de cosas necesarias para la vida corporal, sin comprender que nadie anheloso de obtener de sí el mayor rendimiento posible debe dar a su cerebro una escasa o malsana alimentación; pues fuera tan desatinado proceder como si un industrial empleara hoy por combustible raeduras y desperdicios porque el carbón de buena calidad le pareciera muy caro. La peor economía es la que niega al organismo lo indispensable para su adecuado mantenimiento. En la cocina de su castillo de Abbotsford mandó grabar Walter Scott esta máxima: “No desperdicies nada, pero no carezcas de lo necesario”.

O. S. Marden


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