FIERAS UTILIZADAS COMO PERROS


En muchos libros antiguos, que relatan viajes por Persia y la India, se hace referencia a fieras utilizadas para la caza por los magnates de aquellas tierras, poco más o menos como en los países occidentales se emplea a los perros. Estas fieras, a las que los antiguos consideraban, por su pequeña melena y las manchas de su piel, como producto de la cruza del león con la pantera, recibieron el nombre de leopardos.

Es necesario aclarar que estos leopardos cazadores, de los antiguos persas e hindúes, no son de la misma clase de los que hoy conocemos como tales, ni pertenecen siquiera a la familia de los felinos. Se trata de un animal diferente; parecido al perro en la conformación de las uñas, que lleva siempre fuera, sin poderlas envainar como los verdaderos felinos, los naturalistas lo llaman onza o “guepardo”, es decir, pantera de tierra, porque no se sube nunca a los árboles como lo hacen aquellos. En la India se le da el nombre de “chita”, que es la representación onomatopéyica de su voz.

Aunque feroz por naturaleza, la “chita” se somete fácilmente al hombre. Cazada, aun cuando ya sea adulta, pronto se amansa y demuestra verdadero afecto a quien la cuida. Durante los primeros días de su cautividad suelen tenerla prisionera en una especie de jaula, que luego llevan a los mercados, plazas y lugares donde haya mucha gente y gran bullicio, para acostumbrarla a la presencia de los seres humanos. Con este sistema, y procurando además que duerma lo menos posible, se consigue que pierda su natural fiereza y se torne mansa como un cordero, de tal manera que se la puede llevar a los mismos sitios donde ha de educársela, con sólo un cordel atado por los lomos.

A causa de la elasticidad de sus miembros, son muy ágiles y dan saltos enormes, y en la carrera son los mamíferos más veloces que existen, pues aventajan a los mejores galgos y a los antílopes más corredores; por esa razón desde muy antiguo se las utiliza para cazar gacelas.

Cuando se va de caza con una “chita” es preciso llevarla atada sobre un carro, con los ojos vendados, ya que es incapaz de contenerse a la vista de cualquier presa. Puesta en libertad en el momento oportuno, se acerca a rastras a la presa y, cuando está a unos doscientos metros de ella, ataca a la carrera, y la alcanza antes que tenga tiempo de ponerse en salvo. Cae sobre ella de un brinco, la derriba y la degüella de una dentellada. Los cazadores acuden a caballo al lugar donde está la víctima y, sin gran trabajo, obligan al “guepardo” a dejarla, le vendan de nuevo los ojos y le dan, como premio, un cuenco de sangre.

En los tiempos del Imperio del Gran Mogol hubo emperador que llevaba, en sus expediciones de caza, centenares de “guepardos” domesticados.


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