Semblanza de un gran chileno: Don Diego Portales, el restaurador del orden

Don Diego Portales nació en 1793, y al llegar a su mayoría de edad se dedicó a los negocios; parecía no gustar de la política, y, en realidad, ésta no tenía en Chile grandes atractivos para un hombre serio y de trabajo, en los primeros años de la República.

Pero en el curso de sus negocios, Portales tuvo relaciones con el gobierno y pudo ver entonces el gran desorden que afligía a la nación, y como era patriota, se decidió a trabajar para ponerle remedio.

Contribuyó poderosamente a la revolución de 1829, que estaba encabezada por les personajes chilenos más ricos y prestigiosos. Estos grandes señores, por lo mismo que gozaban de buena posición, eran tímidos y nada aficionados a mezclarse en revoluciones, en las que podían perder su dinero y su vida. Portales supo infundirles aliento, haciéndoles comprender que si todos se unían y trabajaban en común, alcanzarían la victoria sobre los demagogos que de continuo perturbaban al país.

Así fue, en efecto; pero los pelucones, que ese nombre se daba a los hombres ricos e influyentes que dirigían la revolución de 1829. pasaron, antes de triunfar, por horas muy amargas. Hubo un momento en que ninguno de ellos quería hacerse cargo del ministerio, creyendo que la derrota de la causa que sostenían era inevitable.

-¿Quién se atreverá a afrontar esta responsabilidad? -se preguntaban unos a otros.

-Yo me atrevo -dijo Portales y se hizo cargo del ministerio quo todos rehusaban.

Conseguida la victoria, Portales se dedicó con empeño a restaurar el orden público y a reorganizar la administración. Desde su tiempo data la paz interior que hizo de Chile un país admirado por los extranjeros, y mucho más feliz y progresista que todas las demás repúblicas constituidas en Sudamérica.

Su mayor empeño fue procurar mantener el poder gubernamental a salvo de las ambiciones de ciertos militares, para poner término a las revoluciones. Consiguió su objeto, pero esta gran empresa le costó la vida. El gobierno de Chile había declarado la guerra a Perú y Bolivia. Portales fue a pasar revista a un cuerpo de tropas que se encontraba acantonado en Quillota, esperando la orden de embarcarse para el Norte. Mandaba esas tropas un coronel de apellido Vidaurre, íntimo amigo de Portales, pero que resultó un traidor redomado.

Varias personas habían aconsejado a Portales que desconfiara de Vidaurre, pero el grande hombre nunca quiso siquiera suponer que aquel a quien creía su amigo fuera capaz de venderle.

Y, sin embargo, esto fue lo que sucedió.

Mientras Portales pasaba revista al regimiento de Vidaurre en la plaza de Quillota, los soldados, a una orden del alevoso coronel, formaron un cuadro que dejó en medio al ministro, mientras los oficiales le intimaban rendición.

Portales fue cargado de cadenas, le pusieron grillos en los pies, y así lo llevaron en un coche, en pos del regimiento sublevado, en dirección a Valparaíso, de cuya población pensaba Vidaurre adueñarse fácilmente.

Por el camino, Portales se olvidaba de sus desgracias, para pensar sólo en la suerte de la patria.

-¡Pobre país! -decía-; hoy pierde todo lo que se ha trabajado por su mejoramiento.

El grande hombre se refería, al decir esto, al atraso que significaba para Chile una nueva revolución. Él había creído haber concluido para siempre con desgracias de ese género.

Pero los siniestros presentimientos de Portales no se realizaron, porque la revolución fue vencida. Los habitantes de Valparaíso, unidos a las tropas que había en la ciudad, presentaron batalla en las alturas del Barón al regimiento amotinado de Vidaurre. lo vencieron con facilidad y lo hicieron prisionero con la mayor parte de sus oficiales.

Pero entretanto se había cometido un horrendo crimen, en la persona del prisionero.

Iba éste custodiado por un oficial llamado Florín, joven de carácter sanguinario y de pésimas costumbres, que aquel día estaba embriagado.

Cuando sonaron los primeros disparos de la batalla del Barón, el furor se apoderó de Florín, al ver que se defendían los de Valparaíso. Él, como los demás oficiales del regimiento, creía que la ciudad iba a recibirlos con los brazos abiertos.

Era todavía de noche. Florín se acercó al carruaje en que iba Portales y con voz imperiosa le gritó:

-¡Baje el ministro...!

-No puedo -contestó Portales-. Vengan dos hombres a bajarme.

En efecto, los grillos le impedían todo movimiento.

Una vez que la ilustre víctima hubo sido bajada del coche, Florín dio a un pelotón de soldados la orden de que le dispararan.

Portales cayó en medio del camino, agonizante, y su malvado victimario se ensañó, atravesando varias veces con su espada el cuerpo exánime del preclaro estadista.

Vencida la revolución, Vidaurre y sus cómplices pagaron su crimen en el patíbulo.

La República, agradecida, ha levantado a Portales un monumento frente al Palacio de Gobierno, y aún hoy el nombre de este eminente ciudadano es para todos los chilenos símbolo de virtudes y de patriotismo.