Uno de los primeros científicos argentinos: el doctor Javier Muñiz


En tanto los próceres civiles y militares luchaban sin descanso para lograr la independencia argentina y afirmarla luego, en Buenos Aires se educaba un joven que serviría a la patria en un terreno todavía virgen para los argentinos: la ciencia. Este joven, que, a los doce años, cayó herido durante la invasión inglesa de 1807, fue Francisco Javier Muñiz.

Se graduó de doctor en medicina en 1824, y al año siguiente fue destacado como médico militar en Chascomus; sus ocupaciones en el alejado fortín no eran muy absorbentes, y le permitían emplear muchas horas de cada jornada en excavaciones paleontológicas; el estudio de la disciplina a la que respondían esas investigaciones le comenzó a apasionar. Poco después, al estallar la primera guerra argentino-brasileña, fue llamado al servicio activo junto al ejército de operaciones, donde se distinguió por su espíritu abnegado y valeroso. Concluida la campaña, fue designado profesor universitario, actividad en la que ciñó nuevos laureles. En 1828 abandonó la cátedra y se instaló en Lujan, en cuyas barrancas emprendió nuevas excavaciones, fruto de las cuales fue una gran colección de animales fósiles.

Estudioso sin pausa, en 1844 dio a conocer el resultado de sus investigaciones acerca de una vacuna indígena contra la viruela, comunicación que cobró resonancia aun en los círculos especializados del Viejo Mundo; pero lo que más le satisfizo es que con su descubrimiento se salvaron muchas vidas. En cuanto a su labor paleontológica, fue exaltada por Carlos Darwin, quien expresó admiración por sus trabajos.

Después de dos décadas, retornó a Buenos Aires y ocupó nuevamente su cátedra universitaria, y al estallar aquel cruento drama americano que fue la guerra del Paraguay marchó a la campaña para aliviar el dolor del soldado, pese a pisar ya el umbral de los setenta años. Retiróse luego de la actividad, pero no pudo permanecer indiferente al terrible espectáculo de la ciudad enlutada por la epidemia de fiebre amarilla, en 1871; prestó su concurso profesional y humano, y, alcanzado por el flagelo, falleció en la capital argentina en abril de ese año.