El almirante Guillermo Brown luchó por la libertad de su patria adoptiva


Cuando la Revolución de 1810 triunfó en Buenos Aires, los realistas se hicieron fuertes en Montevideo, desde cuya plaza hostilizaban el litoral argentino con repetidas incursiones depredatorias. En un intento de acabar con esto, el director Posadas resolvió en 1814 la creación de una nueva escuadra -la primera, mandada por Juan Bautista Azopardo, había sido destruida por los españoles en 1811-, y la puso bajo las órdenes del marino Guillermo Brown, nacido en Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777, y a quien el destino reservaba la gloria de erigirse en el héroe naval por antonomasia de la Confederación Argentina.

Brown decidió abrazar la carrera de marino, por la que sentía ardiente vocación. Al quedar huérfano en Estados Unidos, país al que se habían trasladado sus padres, se alistó en un buque de guerra, y cuando sobrevino la lucha armada entre Francia e Inglaterra era ya capitán de un buque mercante. Apresado por los franceses, fue llevado a Metz y luego a Verdún; de allí consiguió escapar rumbo al Río de la Plata, adonde llegó en 1809. Ya en Buenos Aires, compró una goleta con la que comenzó a hacer la carrera entre ambas márgenes del río de la Plata, dedicado al tráfico de productos del país.

Puesto en 1814 al frente de una pequeña división naval aprestada por el gobierno de Buenos Aires, dio principio a su carrera de arriesgadas aventuras y de brillantes triunfos, mezclados con algunos reveses que jamás abatieron su esforzado ánimo ni le hicieron desistir de las más temerarias empresas. Entre sus más destacados hechos de armas durante las guerras de la independencia americana se cuentan la dispersión de la escuadrilla española frente a la isla de Martín García, obtenida a costa de sensibles pérdidas por ambas partes, y la gran victoria de El Buceo, frente al puerto de Montevideo, que puso fin al dominio naval de los realistas y determinó el bloqueo y luego la rendición de aquella plaza, sitiada desde hacía años por los ejércitos de Buenos Aires.

Poco después comandó una expedición a las costas del Pacífico; de regreso al Atlántico, fue apresado por un barco de guerra inglés y llevado a Londres, donde permaneció un año, a cuyo término volvió a Buenos Aires. Encargado por el gobierno del mando de la escuadra argentina, al estallar la primera guerra argentino-brasileña, consiguió sobre la enemiga varios triunfos señalados, en especial el del 11 de junio de 1826, en que con sólo cuatro buques de alto bordo y seis cañoneras batió completamente en las aguas de Los Pozos a los treinta y un buques con que contaba la escuadra imperial. Esta importante victoria fue el preludio de otra, la del Juncal, la más feliz de su larga carrera. Poco después, en ocasión de hallarse Brown en situación apuradísima, con dos buques, el Independen-. cija y el República, encallados, y una goleta pequeña por todo medio de resistencia, se vio atacado por dieciocho velas de la escuadra imperial. A pesar de todo, resistió denodadamente durante dos días el nutrido y mortífero fuego de sus enemigos. En tan desigual refriega, Brown, aunque herido por un casco de metralla, tuvo suficiente pericia y habilidad para romper el círculo de fuego que pretendía aniquilarlo, y retirarse a su fondeadero, si no triunfante, cubierto de gloria. Luego de otros éxitos frente a la escuadra imperial y de algunos chuceros de corso en los que llegó hasta Río de Janeiro, la paz puso, momentáneamente, fin a su actividad. De ésta lo sacaron, en 1829, los infaustos sucesos políticos de su patria de adopción, para elevarlo a la primera magistratura de la provincia de Buenos Aires; en el desempeño de su cargo trató de suavizar las asperezas provocadas por las luchas civiles.

Durante la guerra que sostuvo la Confederación Argentina contra la intervención franco-británica, Brown actuó nuevamente como comandante supremo de las fuerzas navales de su patria adoptiva; también los efectivos irregulares del aventurero italiano Garibaldi hubieron de sufrir las andanadas de sus barcos.

Cuando ya la nieve del tiempo y la gloria coronaban sus sienes, Brown desempeñó su última misión oficial: repatriar los restos del héroe de Ituzaingó, general Alvear, fallecido en Estados Unidos. El almirante murió en Buenos Aires el 3 de marzo de 1857.