El final del Paraguay del mariscal Francisco Solano López: la guerra de la triple alianza


Paraguay fue la primera nación sudamericana que poseyó telégrafo, grandes fundiciones y astilleros, y arsenales organizados con criterio moderno, y durante el gobierno del mariscal López, llegó a ser la de mayor potencialidad económica y desarrollo industrial.

Francisco Solano López fue educado para gobernante, desde su adolescencia; adquirió sólida cultura en los primeros institutos de enseñanza de Europa. Una vez en el gobierno, trató de obtener para su patria un rango de preferencia en América: su ejército fue adiestrado y capacitado por oficiales prusianos, y llegó a poner en pie de guerra, en época normal, hasta 80.000 hombres, lo que lo convirtió en la potencia militar más notable de Sudamérica. Desgraciadamente, so capa de mantener el equilibrio político de los países del Plata, una pavorosa guerra estalló en 1865 entre Paraguay, por una parte, y la Triple Alianza de Argentina, Brasil y Uruguay por la otra. Esta conflagración, que duró cinco años, es tal vez el episodio culminante de la historia paraguaya; el ejército, y el pueblo, cuando aquél ya no existía, combatieron con valor admirable y heroísmo casi legendario, pero Solano López no pudo evitar la derrota. Él mismo pereció en combate, en Cerro Cora, en la sierra de Aquidabán, cuando enfrentaba con sus últimos fieles, en su mayoría apenas muchachos, una partida de soldados imperiales. Las palabras postreras del mariscal, “¡Muero con mi patria!”, dicen del estado en que quedaba la noble nación guaraní: la guerra infligió al Paraguay una terrible pérdida en vidas humanas, especialmente entre la población masculina, de la que sólo sobrevivió una décima parte, hombres y niños. Los mismos adolescentes, desde los catorce años en adelante, fueron llamados a las filas y combatieron ardorosamente en defensa de su tierra natal. Quinientos mil muertos, esto es, casi la mitad de la población existente al comenzar las hostilidades, fue el saldo de la catástrofe paraguaya. Las bajas de los aliados, aunque menores, fueron asimismo elevadísimas, pues los soldados del mariscal se batieron como héroes, y contaban con excelente equipo y severo adiestramiento. Económicamente, el país quedó en ruinas. Los ejércitos aliados no se retiraron del vencido país hasta pasados cinco años; un triunvirato sucedió al difunto mariscal, y comenzó la durísima tarea de reconstrucción.