El nacionalismo musical y la daza moderna en la primera mitad del siglo XX


Manuel M. Ponce dejó definitivamente establecida la tendencia nacionalista a la que habían de incorporarse los músicos mexicanos que le siguieron, e introdujo los elementos musicales populares de México en su abundante producción, que abarcó desde las canciones hasta el concierto.

A reforzar esta corriente vinieron Silvestre Revueltas y Carlos Chávez; violinista el primero, pianista el segundo y ambos compositores y directores de orquesta. Juntos, como ejecutantes y como directores de la Orquesta Sinfónica de México, entre 1920 y 1930 realizaron una labor de difusión y renovación de la música contemporánea. Pero lo más trascendente del trabajo de estos dos músicos reside en su obra de compositores.

Entre los discípulos de Revueltas y Chávez se han destacado los que formaron el llamado Grupo de los Cuatro, surgido en 1934: Blas Galindo, Salvador Contreras, José Pablo Moncayo y Daniel Ayala, quienes en un principio se entregaron a hacer arreglos sinfónicos de lo más representativo del folklore nacional. A esta misma corriente pertenecen Miguel Bernal, Luis Sandi, Carlos Jiménez Mabarak y otros más jóvenes, entre los que se cuentan Guillermo Noriega, Leonardo Velázquez, Raúl Cosío Villegas y Armando Lavalle, que entusiastamente se han identificado con el nacionalismo musical.

De la danza moderna mexicana puede decirse que fue un producto consecuente a la renovación operada en el ambiente cultural del país, ya que se consideraba que el ballet clásico no manifestaba el espíritu de la tendencia nacionalista. Aprovechando lo que en materia técnica se había experimentado en Estados Unidos y en Europa bajo el principio de rechazo al formalismo del ballet, entre 1930 y 1940 se inició en México la aplicación de un nuevo concepto de la danza. Fundamentalmente se aspiraba a hacer de ella una expresión más afín a la tradición del país, extraordinariamente rica en este arte cultivado por los indígenas desde los más remotos tiempos precolombinos.

Con un grupo entrenado por la coreógrafa Waldeen, en 1940 se estrenó en la ciudad de México el ballet La Coronela (con música de Silvestre Revueltas) , cuyo tema era el drama y las conquistas de la Revolución de 1910. Ana Sokolov, con otro grupo, rindió un servicio igualmente importante, y entre las varias coreografías que realizó puede mencionarse La madrugada del panadero. Así quedó definitivamente plantado lo que posteriormente había de adquirir un fuerte arraigo y seguir un pausado pero seguro proceso de maduración.

Se han formado cerca de una docena de grupos profesionales auspiciados por el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Universidad Nacional Autónoma y varias dependencias gubernamentales; entre las obras mejor logradas por estos grupos, figuran Tonantzintla, La Manda, El Bracero, Los Gallos, El Chueco, Zapata y El Demagogo.
Hasta mediados del siglo xx, el teatro en México careció de verdadero arraigo popular.

Un reducido público llenaba por unos días las salas en las que esporádicamente se presentaban compañías españolas.
Después de 1910 los autores teatrales mexicanos tuvieron una noción más clara de su propósito, e interesados por el ambiente en que vivían escribieron obras que a pesar de sus méritos no llegaron a escenificarse o lo fueron con todas las limitaciones impuestas por falta de profesionales y de educación del gran público con respecto al teatro.