Una expedición arqueológica que arrancó a la selva un secreto de siglos


Entre 1946 y 1947, una expedición científica penetró en la zona de la selva de Bonampak, nombre que en lengua maya significa muro pintado; el yacimiento arqueológico se halló en el estado de Chiapas, en el territorio de los indios lacandones. Envueltos, semidevorados por árboles gigantescos, cuyas raíces y cuyas ramas abrazaban antiquísimos muros de piedra, halláronse grupos de edificios que datarían aproximadamente de los siglos v, vi y vil de nuestra era; fueron descubiertos altares de sacrificios rituales, esculturas, monolitos, estelas, bajo-relieves y dinteles de madera dura primorosamente tallada. En el interior de uno de los edificios mejor conservados, los exploradores se maravillaron al contemplar extraordinarias pinturas murales que cubrían más de cien metros cuadrados de pared. Los artistas habían representado allí, con colores que conservaban su vivacidad pese a la docena de siglos transcurridos, personajes vestidos con ropaje de ceremonia junto a donceles apenas cubiertos por taparrabos; utensilios, armas, ornamentos, embarcaciones y elementos variados del quehacer cotidiano de los antiguos mayas; escenas de acontecimientos históricos importantes para la historia del desaparecido imperio, y mil y un aspectos de aquellos hombres y de aquella civilización ya extinguida. Las pinturas tienen un trazo vigoroso, mezcla a la vez de realismo y estilización; la variedad de los colores empleados es muy amplia; todo, en fin, contribuye a dotar a los frescos de Bonampak de un gran valor como testimonio documental y artístico.