El esplendor de la civilización maya durante el viejo imperio


La más admirable y brillante, entre todas las culturas que florecieron en el territorio mexicano, fue la de los indios mayas.

Se cree que los más lejanos antecesores de este pueblo vivieron en sus orígenes en las costas del golfo de México, lugar a donde habrían llegado hacia el 2500 antes de J. C. como integrantes del grupo dominado o influido por los olmecas. Su historia comprende dos épocas, que los historiadores han denominado, respectivamente, el Viejo y el Nuevo Imperio. De ambos momentos han quedado restos arqueológicos de gran valor, ruinas portentosas de más de un centenar de ciudades, obras arquitectónicas, estelas pétreas grabadas con jeroglíficos, esculturas, pinturas y cerámica.

Aunque la precisión cronológica no puede aún considerarse definitiva, en general existe acuerdo entre la mayor parte de los arqueólogos en afirmar que el Viejo Imperio concluyó hacia el año 1000 de nuestra era; unos dos siglos antes había comenzado ya la emigración de los mayas hacia la región del norte de la península de Yucatán, que habría de ser cuna del nuevo florecimiento. La emigración atribuyese a diversas causas; entre otras, cambios del clima del antiguo país, epidemias, agotamiento de la productividad de la tierra y revoluciones de orden religioso. Las grandes ciudades comenzaron a quedar despobladas, y la cultura mayense abandonó el suelo donde floreciera durante el Viejo Imperio, esto es, la región que actualmente ocupan los estados mexicanos de Tabasco y Chiapas, y las repúblicas de Guatemala y Honduras, y parte de Belice.

Del avance cultural alcanzado por los mayas da una idea el hecho de regirse por dos calendarios, uno de 365 días dividido en 18 meses de 20 días y uno de 5, y otro, llamado tzolkín, del año sagrado, que contaba 260 días; este doble cómputo determinó una situación compleja que llevó a los sacerdotes mayas a una de sus concepciones más elevadas: la creación de una numeración de- base vigesimal cuya perfección apenas va en zaga de la que actualmente empleamos, y cuya base era el día.

Desarrollaron un complejo sistema de escritura jeroglífica, del que han quedado abundantes muestras en sus códices y estelas de piedra.

El centro de mayor población, a la vez que el de la más alta cultura científica fue Copan, cuyas ruinas ocupan una enorme extensión; y entre ellas se pueden reconocer templos, patios, plazas, escalinatas; sobresale por su imponente hermosura el conjunto de los tres templos que coronan la acrópolis. La llamada escalera de los Jeroglíficos es una de las construcciones más asombrosas: se compone de 62 gradas en cuyas caras se esculpieron unos dos mil jeroglíficos, la inscripción más larga de cuantas se conocen en el territorio maya; en cada tramo de la escalinata se alzan esculturas antropomorfas de espectacular estilización, que en cierto sentido, por su aspecto espantoso, nos traen el recuerdo de las gárgolas de Nuestra Señora de París.

Igualmente es muy bella la escalera de Jaguares, así llamada porque los artistas mayas esculpieron figuras de dichos animales, cuya manchada piel imitaron con incrustaciones de discos de obsidiana.

Estas grandes estructuras arquitectónicas de piedra pertenecieron a la parte de la ciudad destinada al centro religioso: las casas de la gente del pueblo estaban situadas en los alrededores, y no eran sino cabañas de caña y barro con techo de palma.

Otro conjunto de ruinas mayas excepcionalmente valioso es el de Palenque; allí se halló, entre otras construcciones, el templo llamado de las Inscripciones, en el cual el genio de los mayas como escultores llegó a su más alta expresión; sus bajo-relieves, de líneas delicadas, perfecta composición y técnica insuperable, permiten compararlos sin desmedro con los mejores de su género producidos por los egipcios.