La entrada de Hernán Cortés: un choque de dos mundos y una batalla de dioses


Dichas noticias decidieron a Velázquez a intentar la conquista de aquel imperio, para lo cual comenzó por preparar una tercera expedición. Entre los candidatos surgidos para su comando, figuraba un hidalgo extremeño de nombre Hernán Cortés, hijo de soldado, que había asistido a la universidad de Salamanca, donde estudió jurisprudencia sin llegar a graduarse; su temperamento inquieto y emprendedor hacíalo soñar con América, de la que oía constantemente hablar por todas partes. Deseoso de participar en alguna aventura americana, abandonó a España y, sin contar aún 20 años, llegó a la Española, donde hubo de ocuparse, en un principio, como escribiente de encomendero, vida tranquila y pobre que, como no se avenía con su temperamento ni ambición, la cambió por la más inquieta, pero no más rica, de soldado de las expediciones que de la Española salían hacia los alrededores. Cuando Velázquez dispuso enviar una tercera armada a tierra firme, Cortés ocupábase de la explotación de una granja, en la ciudad de Santiago, y de su antigua escribanía.

Con el apoyo de algunos amigos influyentes cerca del gobernador, logró que se le concediera el comando del intento, y, a partir de ese momento, dedicó todos sus esfuerzos y recursos a preparar la “entrada” al imperio de Moctezuma.

Alistó para su empresa poco más de 500 soldados y un centenar de marineros; reunió 10 cañones y 16 caballos, y un corto número de escopetas y ballestas, tan reducido que sólo una décima parte de sus efectivos iría armada; todos estos recursos fueron distribuidos en once naves y un bergantín.

La actividad desplegada por Cortés despertó el recelo de Velázquez, acuciado por los envidiosos que aspiraron y no lograron el mando de la empresa; dudó el gobernador de la futura lealtad de su capitán, y se aprestaba a impedir su partida cuando Cortés, adelantándose a la obra de la intriga, ordenó levar anclas, sin completar su aprovisionamiento de vituallas en Santiago, lo que le demandaría unos días más; esto lo subsanó adquiriendo pan, aves y cerdos en otras poblaciones de la isla.

Ya listo para emprender la aventura, zarpó del puerto de La Habana, sin que la comisión enviada por Velázquez para impedirlo pudiera alanzarlo; era el 10 de febrero de 1519. Tocaron la isla de Cozumel y arribaron al cabo Catoche; encontraron a un náufrago español, Jerónimo de Aguilar, que desde ocho años atrás habitaba entre los indios de Yucatán; había aprendido la lengua maya, e incorporado a la expedición, fue utilísimo a Cortés como intérprete.

Por la costa de Yucatán llegaron a Tabasco, donde después de sostener una lucha encarnizada, concertaron las paces con los vencidos tabasqueños; entre las veinte doncellas entregadas por los indios a los españoles en prueba de amistad, hallábase una hija de caciques a quien bautizaron y dieron el nombre de doña Marina y apodaron la Malinche, posteriormente; conocedora de las lenguas náhuatl y maya, prestó también, como Aguilar, inestimables servicios de intérprete; su lealtad a Cortés fue conmovedora, y no se separó de él durante toda la empresa.

En San Juan de Ulúa los aguardaban embajadores de Moctezuma, portadores de riquísimos presentes y de la consabida advertencia de no seguir adelante. Los españoles, aunque sorprendidos por la esplendidez del recibimiento, más dispuestos se sintieron a encontrar la fuente de tanta riqueza.