Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Julián del Casal y otros notables intelectuales


Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), poeta de gran inspiración que cultivó todos los géneros, nació en La Habana el 18 de marzo de 1809. Era hijo de mulato y blanca. Quizá por esa condición, considerada en aquel entonces como un estigma, Plácido vivía amargado y triste, y tal vez ese dolor de vivir fue la fuente de su inspiración poética, que, aunque defectuosa, no carecía de cierta dulzura y encantadora melancolía. Su verso fluido, de gran sabor popular, fue fiel reflejo de la naturaleza y el sentimiento cubanos. Pobre, carente de esmerada educación, dedicado al oficio de peinetero, que era el de su padre, se formó solo y adquirió por sí mismo la escasa cultura que poseía. Su disposición a la poesía era natural y brotaba espontáneamente en versos graciosos, pródigos en la rima, armoniosos en el ritmo. Peregrino en su propia tierra, recorrió casi toda la isla. Sufrió prisión en Trinidad y se estableció definitivamente en la ciudad de Matanzas. Periodista, bardo del pueblo, “cantador”, como se dice en Cuba, hábil en su oficio, se hizo extremadamente popular. Mezclado real o falsamente en la llamada Conspiración de la Escalera, fue condenado a muerte y ejecutado en 1844.

Aunque su vida fue corta, la labor poética de Julián del Casal, gran poeta cubano nacido en La Habana en 1863, señaló en Cuba la tendencia hacia el movimiento modernista. Fue un misántropo y un melancólico, pero poseía un gran talento y supo aunar en sus ideas y en sus versos la escuela antigua con la tendencia moderna. Fue, como Leopardi, el poeta de su pesadumbre, tema de casi todo lo que escribió. Huérfano, enfermo, agobiado por sus prematuras tal vez innatas decepciones, cantó a su madre con unción celestial y a sus penas con amarga decepción. Murió repentinamente durante una comida, a la edad de 30 años. Admiradores y periodistas acuden cada año a su tumba en el aniversario de su muerte a rendirle homenaje.

Entre los personajes excepcionales que Cuba ha dado al mundo, figuran sabios, estadistas, jurisconsultos de gran talento, literatos, periodistas, poetas, artistas, etc., todos ellos capaces por sí mismos de enaltecer a su patria y darle un sitio meritorio en el concierto de los pueblos más adelantados. Entre sus poetisas poseedoras de un inspirado numen figuran Luisa Pérez de Zambrana, Aurelia Castillo de González, la infortunada Mercedes Matamoros. Dulce María Barrero y Dulce María Loynaz. Lugar preponderante entre los hombres de ciencia de Cuba, cuya merecida fama ha cruzado todas las fronteras, ocupa el doctor Carlos J. Finlay, clásico exponente de perseverancia, estudio e inteligencia puestos al servicio de la humanidad. Las observaciones hechas por este gran científico condujeron al descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla, y sus numerosas obras son documentos inapreciables en el campo de la ciencia.

Digno sucesor de Felipe Poey fue Carlos de la Torre, sabio naturalista de gran nombradla. Ocupó la cátedra de biología de la universidad Nacional de Cuba y fueron profundos sus conocimientos en historia natural, sobre todo en zoología e ictiología. Se cuenta del doctor de la Torre que, con sólo tocarlos, clasificaba los caracoles de mar o de tierra, especificando el orden, género y especie del ejemplar. Figura prestigiosa fue también Antonio Sánchez de Bustamante, orador conceptuoso, jurisconsulto eminente e internacionalista de fama, que presidió largos años el Tribunal de Arbitraje Internacional de La Haya, en Holanda, donde su talento y su cultura dejaron huella imborrable. En filosofía y literatura, así como en periodismo, tiene Cuba figuras de gran valer como el doctor Jorge Mañach, escritor, ensayista, catedrático de filosofía y letras de la Universidad de La Habana. La nueva era de progreso en que felizmente ha entrado este privilegiado país, constituye una bella promesa de futuros días de verdadera prosperidad y de gloria en todos los órdenes.