El sueño que se hace realidad: viajamos en un avión moderno


Por fin ha llegado para nosotros el momento de realizar nuestro primer viaje en avión. La compañía de aviación se ha ocupado de prepararnos todo Si queremos detenernos en los lugares de la ruta, podemos hacerlo y continuar luego el viaje; nuestro pasaje nos autoriza a ello, pues es válido para todo un año. Si nos conviene, podemos determinar de antemano las fechas de salida de cada punto del itinerario y reservar anticipadamente los vuelos sucesivos que deseamos hacer. O podemos dejar todas o alguna de las fechas “abiertas”, es decir, sin fijar por adelantado, quedando el hacerlo para cuando nos hallemos en las distintas etapas de nuestro viaje. Basta que indiquemos nuestras conveniencias: la compañía o la agencia de viajes se ocupará de todo. Cuando llega el día de nuestra partida, nos presentamos en las oficinas. Desde el umbral de la puerta, el personal nos toma <, su cargo: le entregamos el equipaje, del que nos despreocupamos hasta el término del viaje, y reservamos para llevar con nosotros el bolso de mano o el portafolios, el abrigo y el impermeable, la cámara fotográfica, algunas revistas o libros para entretenernos durante el viaje y Ir. comida del pequeño. No se nos ocurra llevar el cochecito del nene; la cabina del avión, aunque espaciosa, no prevé un lugar para él; por otra parte, no nos hará falta pues la azafata o camarera nos ofrecerá, después de iniciado el vuelo, suspender una hamaca del techo: así el nene dormirá entre las nubes, cerca de la mamá.

El ómnibus de la compañía nos espera y nos lleva hasta el aeropuerto internacional. Aquí, en un ambiente funcional y de arte reunidos, descansamos en los muelles sillones o tomamos una copa en el bar o hacemos nuestra última comida en tierra en el restaurante, mientras se ultiman los preparativos. Finalmente los altavoces nos llaman al avión: “Vuelo 327 a Nueva York, con escalas en Santiago, Lima... Los pasajeros sírvanse acercarse a la puerta número cuatro”. La voz repite las instrucciones y no podemos equivocarnos. Ahí está el avión, enorme, poderoso, tranquilo; las pasarelas, acodadas a sus flancos, conducen, respectivamente, a la primera clase y a la clase turista, y allí en lo alto, junto a la puerta de acceso del avión, la camarera nos sonríe dándonos la bienvenida: en adelante, mientras dure el vuelo, vamos a ser sus huéspedes y ella va a actuar como dueña de casa.

Subimos. Entramos. Detengámonos un momento y contemplemos la distinción y la perfecta armonía del interior del avión, acorde con la elegancia aerodinámica de las líneas. El gris claro, el castaño claro y el azul de las paredes, del techo y de las alfombras establecen un contraste perfecto con los suaves y variados colores de los sillones, las almohadas y demás detalles interiores.

La camarera nos encamina al asiento que se nos ha reservado, más amplios en la cabina de primera clase que en la de clase turista o económica, pero todos confortables y estudiados para brindar un descanso perfecto; por medie de un sencillo mecanismo se adaptan las distintas posiciones hasta alcanzar un ángulo perfecto para la comodidad y el descanso. Ahora un cartel que se enciende en el frente de la cabina y las palabras corteses de la camarera nos advierten: “No fumar. Ajustarse los cinturones”. La puerta exterior de la cabina se cierra. Se ponen en marcha los motores, y el avión empieza el carreteo, es decir, se adelanta por las pistas laterales hasta la principal desde donde remontará el vuelo. El capitán de la nave solicita por radio permiso a la torre de control para volar, y ésta da la señal de “cielo abierto”. Los motores rugen hasta el máximo de su potencia para calentarse, y como última prueba de perfecto funcionamiento; luego la trepidación disminuye, los frenos se sueltan y el avión corre por la pista, despega y asciende suavemente, nacido a los aires y el cielo. En pocos minutos, si volamos en un avión de reacción, nos elevamos a una altura entre los 11.000 y los 12.000 metros.