El sacrificio de un marino salvó los cafetales de América


Cuando en 1714, después de una guerra sangrienta, se firmó la paz entre Holanda y Francia, Witsen envió al rey de Francia, entre otros presentes, una planta de cafeto, seleccionada de su pequeña plantación del Jardín Botánico. Como el suelo de Francia no fuera muy indicado para su cultivo, se resolvió transferirla para la isla Martinica, confiada al cuidado de su nuevo gobernador, De Clieu, quien debía dejar el suelo francés para dirigirse a la isla.

El viaje de aquella pequeña planta, que sería el origen de los fabulosos cafetales americanos, fue verdaderamente dramático. Varias tempestades batieron al navío del capitán De Clieu, hasta que una de ellas lo desmanteló y tuvo que derivar lentamente por el vasto océano. El viaje se prolongó mucho más de lo calculado; los alimentos escasearon, el agua fue racionada a bordo, y el pequeño cafeto, recibido por el capitán en París, amenazaba morir. De Clieu, que había prometido velar por aquella futura fuente de riqueza de su colonia, llevó a los últimos extremos su promesa: ¡repartió con el cafeto, hasta el fin del viaje, la modesta ración de agua que le correspondía!

Así se salvó la planta, y cuatro años más tarde los cafetales de Martinica florecían y fructificaban. De allí pasaron a las Antillas y más tarde al Continente, creando una de las mayores fuentes de producción de los países tropicales del Nuevo Mundo.