HISTORIA DE LOS TAPICES ANTIGUOS


Los tapices, esos preciados paños tejidos de lana o seda, y algunas veces de oro y plata, en que se ven copiados cuadros de historia, paisajes u otros asuntos, son de invención oriental, introducida en Europa por los griegos y los romanos.

El conocido episodio de la tela de Penélope, quien destejía por la noche lo que había tejido de día, no deja lugar a duda respecto a la fabricación de lápices en los tiempos homéricos. En un vaso griego del siglo v antes de J. C. se ve representada a Penélope delante de su telar, y en éste un trozo de tapiz con las figuras de un genio y de animales alados ya concluidos.

Según autores antiguos, la tienda de campaña de Alejandro Magno tenía por lecho tapices tejidos con oro, sostenidos por cincuenta columnas doradas; y la tienda en que celebró sus bodas estaba formada con telas de hilo de oro, teñidas de púrpura o escarlata, y con tapices de asuntos históricos.

Desde los comienzos del Imperio Romano, los templos y los palacios se decoraron con tapices, como en Grecia, y así se puede citar a Virgilio, quien habla en sus Geórgicas de un telón de teatro que era de púrpura y llevaba tejidas las figuras de los bretones vencidos.

En Oriente siguió sin interrupción la industria de las tapicerías historiadas, que tanto ha influido en el desarrollo de la misma en Europa. Los árabes, acostumbrados a vivir en tiendas cubiertas de telas, dieron gran impulso a esta industria y un carácter original a sus productos, pues las labores geométricas, la riqueza decorativa y la combinación peregrina de los colores fueron otros tantos elementos que supieron utilizar los artistas musulmanes. El famoso santuario de La Meca, la Caaba, estaba decorado con tapices suntuosos. En Persia y Asia Menor eran famosos los magníficos tapices de los califas fatimitas. Uno de éstos, Kairuán, Maerlidin-Allah, hizo ejecutar una tapicería que representaba la Tierra con sus montañas, mares, ríos, caminos y ciudades, especialmente La Meca y Medina, cada ciudad con su nombre, trazado con hilos de seda, plata y oro. Costó esta obra 22.000 dinares (cerca de 54.000 pesos oro) y en ella el bordado rivalizaba con el tejido.

En Europa occidental y durante los primeros siglos de la Edad Media, la barbarie de los tiempos impidió el adelanto de las artes manuales; pero cuando las Cruzadas establecieron relaciones directas con el Oriente, la fabricación de tapices comenzó a adquirir alguna importancia, mediante la introducción de la seda en Europa.

En aquellos tiempos en que se inició el renacimiento de las artes, en que el lujo adquirió refinamientos desconocidos y se hizo de moda revestir los muros de las salas de los castillos con tapices, que los cubrían por entero y ocultaban las puertas, la tapicería empezó a llegar a su edad de oro.

En los últimos años del siglo xiii y primeros del xiv, la producción de la tapicería se concentró en las provincias del centro y norte de Francia y en Flandes: París, Arras y Bruselas fueron por mucho tiempo los centros principales de la producción de tapices, merced a la habilidad de sus obreros, y cuando los demás países quisieron montar talleres de esa industria, tuvieron que recurrir a aquellos talleres afamados, especialmente a los flamencos, pues así como el esmalte fue una industria francesa, la tapicería fue flamenca. Los tapices de Arras alcanzaron gran reputación en Europa, por su perfección y riqueza.

Bruselas fue la heredera de Arras, y los productos más perfectos de los talleres de aquella ciudad eran notables por el vigor del colorido en aquellas composiciones tan bellas y figuras tan expresivas que recuerdan al pintor Quintín Metsys y a los hermanos Van Eyck, los cuales influyeron decisivamente con sus hermosos cartones en el estilo que la pintura impuso a los tapices.

Un tapiz célebre de Bruselas es el famoso de los Hechos de los Apóstoles, cuyos cartones son obra de Rafael y que fue encargado por el papa León X. Esta obra fue el punto de partida de un cambio en el estilo de los tapices de Bruselas, pues al gusto gótico reemplazó el del Renacimiento.

Entre los tapices cuyos cartones se deben a pintores flamencos, como Bernardo van Orley, el tapicero Francisco Geubels y Juan Vermay o Vermeyen, figuran los de la Conquista de Túnez, cuyos cartones son obra del último pintor citado. Dicha tapicería fue encargada por Carlos V al famoso tapicero flamenco Guillermo Pannemaker a condición de que sólo empleara sedas de Granada, y para la trama las lanas más finas y mejores de Lyon, y además el hilo de oro y plata que el emperador le diera. El tapicero empleó ochenta y cuatro obreros en este trabajo, y según iba acabando los paños, los sometía a un jurado de decanos del oficio, quienes le indicaban las correcciones que, según su criterio, debía hacer.

Cinco años exigió este trabajo, que fue terminado en 1554, y espléndidamente pagado por Carlos V, el cual asignó al tapicero una renta vitalicia.

En Francia, en 1662 fue fundada la Manufactura Real de los Muebles de la Corona, que actualmente se conoce con el nombre de Manufactura de los Gobelinos, institución debida a Luis XIV, y que prestó grandes servicios al arte francés. Era aquélla un centro de arte decorativo en el que se ejecutaban, además de las obras de tapicería, el bordado, la orfebrería, el mosaico con materiales duros, la escultura en madera y trabajos en bronce. El pintor Oudry, inspector de la fábrica, produjo una verdadera revolución en el arte de la tapicería al seguir con tenaz empeño el propósito de desterrar los colores del tapiz y dar a éste todo el aspecto del cuadro al óleo, sistema que todavía se practica. Al presente la fábrica de tapices de los Gobelinos sigue trabajando.

Italia tuvo fábricas de tapices desde principios del siglo xv, en que emigraron a ella tapiceros flamencos. Los tapices ferrareses tienen fama por su carácter decorativo. También Alemania cultivó esta industria en el siglo xv, según lo acreditan los tapices que se conservan en los museos de Munich y Nuremberg, los cuales distan mucho de la finura y perfección de los flamencos.

En Inglaterra, el rey Jacobo I estableció una fábrica en Mortlake, en la que se tejió la famosa tapicería de la Historia de Aquiles, cuyos cartones fueron obra de Rubens; y, según parece, Van Dyck trabajó también para dicha fábrica.

En España, son célebres los tapices de Goya, ejecutados en la fábrica de Santa Bárbara, fundada en Madrid por Felipe V, y para la que trabajaron Goya y otros artistas distinguidos. Sin tener en cuenta los tapices y tapicerías que encierran los museos, iglesias y palacios de otras naciones, solamente los que se conservan en España, en el palacio real de Madrid, adonde por sus antiguas relaciones con los Países Bajos fueron a parar los mejores productos flamencos, forman la mayor colección que existe, la cual bastaría para trazar la historia de la tapicería desde su edad de oro.

Los tapices se tejen a mano, en telares especiales, en que las urdimbres se hacen con hilos bien torcidos, de la mejor calidad, procurando poner de cada diez hilos uno de color diferente, a fin de que sirva de guía para llevar la cuenta de los puntos y sea fácil hacer los dibujos. El operario calca sobre la urdimbre misma el dibujo que ha de hacer, y además cuelga en la parte alta la reproducción del calco en colores; y por más numerosos que sean los tonos del dibujo, se forman todos con ocho o nueve colores fundamentales, divididos en matices por escala, y se coloca cada matiz en una canilla. El tejido se ejecuta por nudos, que se hacen sucesivamente alrededor de los hilos de urdimbre con los de color de las canillas.

El número de hilos en la fabricación de tapices varía, según la combinación de los asuntos que se hayan de representar, entre 800 y 1.200 por metro de ancho, lo que hace este trabajo muy largo; hay tapices en los que un operario hábil tarda un año en hacer un metro cuadrado de ellos.