El rocío, la escarcha y el hielo, obras admirables del río


Los dos primeros se deben al vapor acuoso que, por el contacto con los cuerpos fríos, se condensa sobre ellos en forma de gotitas o de agujas o cristalitos de hielo.

El rocío rara vez se forma durante el día; lo hace generalmente por la noche sobre la hierba de los prados, las flores y las plantas, y es común en las riberas frías o templadas, desde el crepúsculo de la tarde al de la mañana. Lugares hay, como la costa del mar Rojo, y más aun a lo largo de la ribera marítima de Chile y del Perú, donde el rocío cae con frecuencia y abundantemente.

Aunque la nieve y la escarcha se confundan alguna vez por su apariencia, ambos meteoros son muy distintos. La escarcha aparece muy a menudo, en las regiones arriba citadas, al despertar la primavera, cuando la savia de los vegetales, desperezada por el calor del sol, asciende de las raíces a las yemas y brotes más delicados, y la vida fluye del interior de la tierra al aire libre; pero la nieve cae, por lo regular, en lo más riguroso del invierno, cuando las semillas, apenas germinadas en los últimos días del otoño, necesitan arraigar con fuerza.

La escarcha se forma por las mismas causas que el rocío, pero requiere que la temperatura descienda bajo cero, y es tanto más abundante cuanto mayor sea la humedad del aire. Generalmente sólo se produce la escarcha durante las noches serenas, esto es, cuando la limpidez y transparencia de la atmósfera facilitan la irradiación del calor de las plantas y de los objetos colocados a cielo descubierto, como vulgarmente se dice. Entonces, todos los objetos, y especialmente los árboles, amanecen cubiertos de pequeñísimos cristales blancos de escarcha, y el espectáculo que la Naturaleza ofrece es verdaderamente admirable.

El hielo, que, según sabemos, es agua en estado sólido, se presenta bajo dos formas: la hialina o cristalina, que se forma en los ríos, fuentes y manantiales, y la granulada, peculiar del hielo de los ventisqueros. El primero se presenta en forma de hermosos y tersos cristales de relativa transparencia, bajo los cuales sigue el agua su curso; mientras el segundo se ha formado por la compresión de la nieve, y, por consiguiente, por cantidad innumerable de copos. Este hielo es opaco, a consecuencia de la gran cantidad de burbujas de aire que hay entre ellos, las cuales lo enturbian.

Igual que el agua pura, el hielo tiene ligero tinte azulado, que sólo se advierte en capas de gran espesor; al partirlo, se fracciona en prismas pequeñísimos, o en granos como de azúcar, polvillo, a su vez, constituido por cristales sumamente diminutos, verdaderos prodigios artísticos de la hábil mano del frío.

Tanto el hielo como la nieve constituyen un regalo para los niños de las regiones frías, que tienen en ellos un compañero más para sus juegos. Bien abrigados, para poder desafiar el tiempo inclemente, los pequeños se dedican a sus tareas favoritas. Construyen un enorme muñeco que durará tanto como el sueño pues los primeros rayos del sol se encargarán de derretirlo; o, arrojándose entre sí bolos de nieve, organizarán formidables batallas. Quizá se dediquen también al patinaje con lo que se sentirán capaces de volar por sobre el hielo y, si viven en regiones montañosas, podrán esquiar, lo que les proporcionará el inmenso placer de sentirse libres y dueños de la maravillosa Naturaleza.


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