Cómo se graban millares de discos perfectos


Estamos en una sala de conciertos: la orquesta ya afinó sus instrumentos; el director, de pie ante el atril, levanta la batuta y comienza la ejecución. Si la partitura es de música y canto a la vez, además de los músicos hay, también, cantantes. En el lugar más apropiado se destaca un pequeño aparato, el micrófono, que recoge todos los sonidos que se producen en la sala, aun los más apagados. Este concierto tiene una rara particularidad: no hay público. ¿Acaso se deleitan los ejecutantes a sí mismos? Nada de eso; simplemente, están grabando un disco, y si hubiera público, el menor suspiro o carraspeo de cualquiera de los espectadores sería fielmente recogido por el micrófono.

Este micrófono convierte las ondas sonoras en impulsos eléctricos y los envía a un aparato muy similar a los receptores radiotelefónicos, de los cuales se diferencia por el hecho de que, en vez de transformar nuevamente los impulsos eléctricos recibidos en ondas sonoras, los transforma en el movimiento vibratorio de una púa especial que descansa sobre una placa de material plástico que gira, y sobre la cual va trazando un surco en el que se registran sus vibraciones.

Terminado el concierto y grabada la placa, se saca de ella un molde metálico, en el cual quedan indeleblemente marcados los surcos que guardan la sinfonía o el aria ejecutados. Este molde, convenientemente retocado y preparado por técnicos, se convierte en la matriz, y con ella, al igual de los moldes de yeso de los escultores, se fundirán los verdaderos discos que salen al mercado, capaces de brindar audiciones musicales de duración variable entre 3 y 30 minutos.

Este sistema permite obtener todas las copias que se quieran, y de esta manera es posible vender a precios reducidos, música ejecutada por los más famosos intérpretes.