Qué sucedería si muriesen todas las plantas de la Tierra


Es evidente que ningún vegetal puede ser jamás tan interesante por sí mismo como un animal. Hasta un simple pececillo de color, de los que ponemos en una pecera en la sala de nuestra casa, hasta una simple mosca, tiene en sí algo que lo hace más admirable que el árbol más espléndido. Está muy bien el decir, por ejemplo, que una col está viva; pero ¡cuan monótona, simple y como aletargada parece la vida vegetal, comparada con la vida animal, aunque sólo sea la de una perezosa oruga, que se arrastra de hoja en hoja, y aun más si se la compara con la de una mariposa movediza y policromada!

Ahora bien, es evidente que los animales demuestran su vida del modo más sorprendente, y que hay una gran distancia entre la col, inmóvil, silenciosa, arraigada en el suelo, y la alondra que revolotea grácil y trina en el aire. Y, no obstante, repetimos, la vida de los vegetales fue la primera en existir, antes de que pudiera haber vida alguna; toda la vida animal en el mundo, incluso la de nuestros propios cuerpos, depende enteramente de la vida vegetal. Si muriesen todas las plantas, en pocos días perecerían también todos los animales, incluso los peces del mar, y la especie humana se vería en dificultades para sobrevivir a la catástrofe.

Si los animales pueden volar, saltar o cantar, lo cual no pueden hacer las plantas, éstas en cambio hacen cosas asombrosas, que a los animales les es imposible realizar, cosas que además dan a los animales energías para efectuar con eficacia todo lo que son capaces de hacer.