Dos plantas del mediodía europeo: la arvejilla o guisante de olor y el clavel


Otra de las flores más lindas de los jardines es, sin duda, el guisante de olor, o arvejilla. Crece silvestre en muchas comarcas meridionales de Europa, y de allí se ha propagado a otros países. No hay necesidad de describir esta flor, porque es bien conocida; haremos notar solamente que su estructura es la misma que la de la especie llamada clarín. Sin embargo, estas últimas plantas son vivaces y tienen las flores apiñadas en forma de racimos de hasta diez flores, mientras que el guisante de olor es anual, y sus tallos no producen más que dos o tres flores.

Entre las variedades más cultivadas de arvejilla de olor se encuentran las denominadas: Monty, de color rosado con fondo blanco; Carlota, de tono carmín, gigante, blanca; Mabel Gower, azul, y muchas otras.

El clavel silvestre es sencillo siempre, y tiene por patria las regiones que baña el mar Mediterráneo, desde donde se ha extendido por casi todo el globo. Debe su nombre al clavo de especia, porque el aroma que exhala se parece al de éste. En estado silvestre, esta flor es, invariablemente, de color lila; pero, merced a una cuidadosa selección y al cruzamiento entre las mejores especies cultivadas, existen en la actualidad claveles de los más variados matices.

Todos los que suelen adornar los cuadros en los jardines, tienen, pues, estrecho parentesco con el clavel silvestre, desde los claveles reventones de Andalucía, de encendido color rojo, hasta los de China, hermosa planta anual, de flores grandes, que tienen pétalos con una franja paralela al borde, de color distinto y de tonos muy variados, a veces punteados, productos del cruzamiento, o los que son designados con el epíteto de barbudo o con el de San Isidro, de flores pequeñas y numerosas.