Cómo emprenden los castores la construcción de sus casas


El castor es muy parecido a una gran rata de agua; mide su cuerpo unos sesenta centímetros de longitud, y su cola, veinticinco. Esta cola no se parece a la de ningún otro animal: es plana, se halla recubierta de escamas y pesa unos dos kilos. Es el timón de que se vale el castor para mudar de dirección cuando nada, y le sirve asimismo de apoyo cuando se sienta para trabajar o comer.

Cuando una pareja de castores deciden construirse una vivienda, eligen un lugar próximo al agua, pues les agrada mucho nadar, para lo que los dotó la Naturaleza de membranas entre los dedos de las patas posteriores, ni más ni menos que a los patos. No sólo son aficionados al agua, sino que una parte de su alimento se cría debajo de ella. He aquí, pues, a nuestra pareja de castores nadando a favor de la corriente, hasta que ésta los conduce a un bosque donde abundan los sauces y otros árboles de su predilección. Examinan el lugar, y, si les parece a propósito, deciden sentar en él permanentemente sus reales.

Todo estaría muy bien si las condiciones no se alterasen; los castores podrían construir una madriguera o dos bajo el nivel del agua, en las márgenes del río, y vivir allí felices. Pero ellos saben muy bien que los ríos no arrastran siempre el mismo caudal de agua. En verano, que llueve muy poco, traerá el río tan poca agua, que no se podrá nadar en él, y su nivel será tan bajo que quedarán al descubierto los orificios de entrada de sus madrigueras y expuestos, por consiguiente, a que sus enemigos, que son la nutria, el glotón y el hombre, den fácilmente con ellos.