¿Por qué precibimos el olor de unas sustancias y de otras no?


Decimos que olemos las cosas a distancia, pero lo que olemos realmente son ciertas emanaciones que penetran en nuestra nariz, aun cuando procedan de cierta distancia. Por lo tanto, para que una cosa huela precísase, ante todo, que exhale algo que llegue a nuestra nariz; y, en segundo lugar, este algo debe tener el poder de excitar los nervios del olfato. No podemos oler el aire ni el agua puros, aunque metamos en ellos la nariz, olfateándolos, porque, aunque estas sustancias se pongan en contacto directo con las extremidades de los nervios del olfato, no ejercen sobre ellos la más mínima acción.

Por regla general, la mayor parte de las cosas exhalan algo de sí, incluso los metales; y si acercamos mucho a ellas la nariz, percibiremos algún olor, como ocurre con la madera o el cuero. Pero aunque exhalan olor muchos más cuerpos de lo que nos imaginamos, las cosas varían mucho, sin embargo, según las distintas materias. Una pizca de almizcle puede saturar de perfume penetrante una habitación entera, durante muchos años; hecho que nos demuestra, entre otras cosas, el número tan incalculable de átomos que debe de haber en cada partícula de almizcle, cuando al cabo de tanto tiempo hay aún, al parecer, la misma cantidad que antes, a pesar de haber estado inundando sin cesar la estancia de perfume; lo cual quiere decir que ha estado despidiendo, de una manera continua, átomos que han pasado a la atmósfera.