¿Cómo de semillas tan pequeñas pueden nacer flores tan grandes?


Si reparamos bien, este fenómeno es aun más admirable de lo que a primera vista parece; pues, a decir verdad, la mayor parte de la materia que constituye la semilla no sirve sino para mejor proteger y alimentar al germen. La verdadera semilla de que brota la encina es mucho más pequeña que la más pequeña bellota.

La respuesta a esta pregunta no puede ser ciertamente que la semilla posea el maravilloso poder de hacer algo de la nada. Del mismo modo que un niño jamás llegará a ser hombre si no se lo nutre, así también una semilla jamás se convertirá en árbol, si no se la alimenta.

Así, pues, la contraposición que se nos ofrece entre la pequeñez de la semilla y la magnitud del árbol no es realmente lo más admirable del caso. Lo verdaderamente maravilloso es que la semilla, en su extremada pequeñez, posea la virtud de convertir los alimentos que toma del aire y del suelo en la misma clase de árbol o de flor que le dio el ser. Éste es el misterio que centenares de sabios estudian constantemente. Su descubrimiento no sería tan difícil si, cuando observamos la semilla por medio del microscopio, hallásemos en ella una planta en miniatura, la cual no tuviese que hacer más que desenvolverse; empero, el microscopio no nos revela más que un diminuto germen.