¿Por qué se mueve el agua en ondas circulares y concéntricas cuando arrojamos una piedra en un estanque?


He aquí una pregunta a la que puede contestarse con suma facilidad, con sólo tener presentes dos hechos, que, en todas partes y siempre, son verdaderos. En la respuesta a la pregunta precedente, dimos la razón por la cual puede haber grandes olas en el mar, aun cuando no llegue a percibirse viento alguno, y es, porque tales olas proceden de otro lugar, desde el cual han llegado al punto en donde nos hallamos. Tal sucede cuando arrojamos una piedra a un pantano: el movimiento de la ola procede del lugar en donde ha caído la piedra.

Ahora bien, existe en la naturaleza una ley invariable, según la cual todo lo que está en reposo debe permanecer siempre en ese mismo estado, a menos que algo lo ponga en movimiento; y por el contrario, una cosa en movimiento continuará en él constantemente hasta que algo también la detenga, de manera que, de no suceder esto, continuará moviéndose eternamente; así ocurre con la piedra que arrojamos y con la ola que engendra esta piedra observaríamos enteramente al caer en el agua. Al chocar una piedra contra el agua, o al producirse un sonido en cualquier punto del aire, o al encenderse una luz, pónese en movimiento una onda que se esparce en todas direcciones desde el punto en donde se ha producido, y continuará esparciéndose indefinidamente, si no hay algo que la detenga.

Es evidente que una de las cosas que impiden la continuación de este movimiento, en el caso particular de las ondas de agua, es la fricción, es decir, el roce que las partes del agua tienen unas contra otras; y es, por consiguiente, muy natural que, a medida que la onda crece y se dilata, desarrolle su fuerza sobre mayor espacio. Por esto las ondas no son tan altas cuando llegan a la orilla, como en el punto en que se han formado.