¿A qué se debe que una pelota deje de botar?


Al tratar de cualquiera de las preguntas que formulamos, casi siempre llega un momento en que es preciso citar la más universal de todas las leyes de la ciencia, o sea, que nada puede ser creado ni destruido, y que todo efecto ha de tener su causa. Esta ley de conservación de la energía es aplicable a todo lo que existe.

Cuando la pelota empieza a botar, posee cierta cantidad de movimiento, es decir, de potencia o energía, que desaparece en cuanto aquélla se para. Es preciso, pues, demostrar que la energía no ha sido destruida, sino que ha pasado a alguna otra parte; de lo contrario, y conforme a la antedicha ley, la pelota debiera seguir botando sin cesar. Si no lo hiciese así, la ley no sería cierta. Es fácil, no obstante, demostrar que la pelota va perdiendo la potencia que poseía cuando empezó a botar. Débese saber que se mueve a través del aire, y para hacerlo ha de apartar continuamente millones de partículas de gas: el movimiento que les comunica es energía perdida.

Si hiciésemos saltar una pelota en un espacio lo más enrarecido posible, seguiría botando durante muchísimo más tiempo que en la atmósfera, por el mismo motivo que, en tal caso, un trompo giraría más. Supongamos que en vez de hacer botar la pelota sobre una superficie dura, empleamos una almohada o un montón de arena. En este caso se parará muy pronto, pues su potencia se agotará rápidamente al tener que mover la almohada o la arena, además del aire. La misma pelota, de por sí, no es del todo elástica, como tampoco lo es el suelo; si ambos fuesen perfectamente elásticos, si no hubiese aire al través del cual es preciso abrirse paso, y si la pelota no diese nunca vueltas, ni rozara, por lo tanto, el suelo, al dar en él, seguiría botando y rebotando sin parar nunca.