LOS ORÁCULOS - Milton


Con la venida de Jesucristo huyen las divinidades paganas y se disipan las tinieblas que envolvían el mundo moral. En este hecho, uno de los más trascendentales que registra la historia, se inspira la siguiente composición de Milton.

Los oráculos callan;
Ninguna voz, ningún rumor siniestro,
De los templos paganos
Despierta ecos livianos
En las redondas bóvedas sombrías.
Donde besos estallan
Del rudo viento en vagas armonías.

Apolo, abandonando
Con un grito de cólera rugiente
La colina de Delfos,
Ve que ya es impotente
A predecir cual antes lo futuro.
Ni un éxtasis nocturno y misterioso,
Ni inspiración secreta.
Sale del antro oscuro
De caverna profética, e inquieta
La mirada del falso sacerdote,
Rasga el espacio mudo y pavoroso.

Sobre la cresta de empinada roca
Y en las tristes riberas solitarias.
Sólo se oye el silencio del que invoca;
Sustituye el lamento a las plegarias;
El genio ya no puede
Permanecer; se aleja, retrocede
Por las siniestras calles
De los pálidos chopos
Que sombrean las fuentes en los valles;
Y las ninfas llorosas,
Viendo ya deshojadas
De sus diademas las fragantes rosas.
Vierten llanto a raudales.
Huyen cobardemente y se refugian
En la sombra de espesos matorrales.

Los Lares y las Larvas
Al viento entregan sus nocturnas quejas
Como el dolor amargas;
Sólo el llanto resuena en los hogares
Donde antes habitaba la alegría,
Y las urnas y altares
Despiden ecos tristes, pavorosos,
Que oyen flámines mudos,
Antes de su servicio cuidadosos;
Los mármoles helados
Transpiran un sudor de calentura,
Mientras huyen los genios espantados
Por la negra espesura.
Dejando trono y pueblo abandonados.

Triste Baal, que rayos no fulmina,
Deja su opaco templo
Con el Dios que imperaba en Palestina;
Sigue Astaroth su ejemplo,
Y la luna, que, reina del espacio,
Era su maravilla.
Rodeada de antorchas ya no brilla
Entre luces de plata,
Adorno de cerúleo palacio.
El Hammón de la Libia desvanece
Entre la sombra sus opacos cuernos,
Y las hijas de Tiro,
Viendo que su Thamnuc también perece,
Exhalan de su pecho ayes eternos.

El sombrío Moloch huye, dejando
A su ídolo querido
A carbón y vil polvo reducido;
En vano, resonando
Los antiguos y alegres instrumentos,
Quieren resucitar una esperanza,
E invitan a la danza
Al rey feroz; los dioses que del Nilo,
Oriundos de la raza de los brutos.
De su imperio tranquilo
Alegres disfrutaban.
Huyen también, y a Osiris,
Y a Isis, deidades ambas peregrinas.
El perro Annubis sigue velozmente
Por los desiertos montes y colinas.

¿Por qué el mundo pagano hunde la frente
Y su poder antiguo bambolea?
Porque un astro esplendente
Acaba de nacer en Galilea.