Parte 1



Guarneciendo de una ría
La entrada incierta y angosta,
Sobre un peñón de la costa
Que bate el mar noche y día,
Se alza gigante y sombría
Ancha torre secular
Que un rey mandó edificar
A manera de atalaya,
Para defender la playa
Contra los riesgos del mar.

Cuando viento borrascoso
Sus almenas no conmueve,
No turba el rumor más leve
La majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
 Largas horas sumergido,
Y sólo se escucha el ruido
Con que los aires azota
Alguna blanca gaviota
Que tiene en la peña el nido.

Mas, cuando en recia batalla
El mar rebramando choca
Contra la empinada roca
Que allí le sirve de valla;
Cuando en la enhiesta muralla .
Ruge el huracán violento.
Entonces, firme en su asiento,
El castillo desafía
La salvaje sinfonía
De las olas y del viento.

Dio magnánimo el monarca
En feudo a Juan de Tabares
Las seis villas y lugares
De aquella agreste comarca.
Cuanto con la vista abarca
Desde el alto parapeto,
A su yugo está sujeto,
Y en los reinos de Castilla
No hay señor de horca y cuchilla
Que no le tenga respeto.

Para acrecentar sus bríos
Contra los piratas moros.
Colmóle el rey de tesoros,
Mercedes y señoríos.
Mas cediendo a sus impíos
Pensamientos de Luzbel,
Desordenado y cruel
Roba, asuela, incendia y mata,
Y es más bárbaro pirata
Que los vencidos por él.

Pasma, al mirar su serena
Faz y su blondo cabello,
Que encubra rostro tan bello
Los instintos de una hiena.
Cuando en el monte resuena
Su bronca trompa de caza,
Con mudo terror abraza
La madre al niño inocente,
Y huye medrosa la gente
Del turbión que la amenaza.

Desde su escarpada roca
Baja al indefenso llano
Con el acero en la mano
Y la blasfemia en la boca.
Excita con rabia loca
El ardor de su mesnada,
Y no cesa la algarada
Con que a los pueblos castiga,
Sino cuando se fatiga,
Más que su brazo, su espada.

De condición dura y torva
No acierta a vivir en paz,
como incendio voraz
Destruye cuanto le estorba.
Todo a su paso se encorva.
La súplica le exaspera,
Goza en la matanza fiera,
con el botín del robo
Vuelve, como hambriento lobo,
A su infame madriguera.

De cuyos espesos muros.
En las noches sosegadas,
Surgen torpes carcajadas,
Maldiciones y conjuros.
Con los cantares impuros
Del señor y sus bandidos.
Salen también confundidos.
De los hondos calabozos.
Desgarradores sollozos
Y penetrantes quejidos.

Una noche, una de aquellas
Noches que alegran la vida,
En que el corazón olvida
Sus dudas y sus querellas,
En que lucen las estrellas
Cual lámparas de un altar,
Y en que, convidando a orar.
La luna, como hostia santa,
Lentamente se levanta
Sobre las olas del mar;


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